Al ver la expresión en el rostro de Madison, Alexander soltó una risotada.
— ¿Acaso tienes miedo de lo que pueda suceder entre nosotros? —susurró en su oído.
Madison se aclaró la garganta y elevó su mentón.
—Claro que no —mintió y retrocedió un paso para tomar distancia de él.
Al llegar a la planta alta, Alexander abrió la puerta de una de las habitaciones y le cedió el paso.
Madison caminó hacia la sala que tenía y desde ahí recorrió con su mirada el interior, sintiéndose sorprendida al darse cuenta que había tomado uno de los diseños en los que ella había trabajado.
Su mirada se iluminó al apreciar el color uva en la parte de la cabecera, y blanco en el resto que ella había elegido.
— ¿Te gusta? —cuestionó.
—Es perfecta —se aclaró la garganta y se dirigió hacia la mullida cama, en donde sus dedos rozaron el cubrecama en tono gris, con mezcla de varias almohadas.
—Bien, estaré en la habitación de enfrente —indicó, sin poder evitar volver a reírse—. Voy a descansar.
Madison resopló aliviada y correspondió a su sonrisa.
***
Eran las 3:00 am cuando Madison, despertó empapada en sudor, después de haber tenido una pesadilla. Su torso subía y bajaba, se acercó a la mesa de noche y encendió una de las lámparas, para intentar mitigar el temor que la recorrió.
Después de dar varias vueltas sobre la mullida cama, se dio cuenta que no volvería a conciliar el sueño, se puso de pie y bebió un poco de agua. En ese momento escuchó el ruido de una puerta y a continuación que bajaban por las escaleras, de inmediato se acercó hacia uno de los ventanales, y vio cuando un hombre salía de la residencia.
Madison salió de su habitación y tocó a la puerta del Alexander, al no tener respuesta, con gran nerviosismo abrió, al ingresar y acercarse hasta su cama, se dio cuenta que no se encontraba, entonces comprendió que era él quien había salido.
— ¿A dónde iría a esta hora señor Walton? —se cuestionó. — ¿Acaso tendrá una relación con alguien más? —con rapidez salió de ahí y llegó a su habitación en donde ya no pudo volver a dormir.
****
Eran cerca de las 9:00 de la mañana cuando Alexander ingresó a su residencia, en cuanto lo hizo observó que Madison se encontraba sentada en uno de los bancos de la barra de la cocina, bebiendo una taza de té.
—Buenos días —se aclaró la garganta y se retiró sus gafas de sol.
Madison lo miró de abajo hacia arriba, con lentitud.
—Señor Walton, parece que no pegó el ojo en toda la noche —refirió sin dejar de mirar sus inmensas ojeras.
Alexander se aclaró la garganta y elevó con altivez el mentón.
—Parece que tampoco pegaste los ojos en toda la noche, ¿Acaso me estás vigilando? —ladeó los labios.
La chica negó con la cabeza.
—Extraño a mis hijos —respondió—, es difícil dormir sin ellos, pero es algo que usted no comprendería. —Se puso de pie—, espero que por lo menos valiera la pena la desvelada —se mofó y se dirigió hacia su habitación.
—Voy a darles un beso —refirió Madison.
—Vamos juntos, cariño —Alexander se acercó y la tomó de la mano para ir a buscarlo. Antes de ingresar a la habitación, la tomó del brazo y la recargó sobre uno de los muros. — ¿Qué pretendes? —cuestionó con seriedad. — ¿Acaso quieres que todos aquí se enteren que esto es una farsa? —susurró.
Madison lo vio a los ojos sosteniendole la mirada.
—Cualquier persona que se acerque a ti sabe que eres un hombre incapaz de amar a nadie —respondió bajito—, no por algo te dicen el témpano de hielo, creo que el que debería esforzarse más en fingir cariño eres tú y no yo. —Se soltó de su agarre—, no me importaría divorciarme de ti en este preciso momento.
Alexander tensó su mandíbula y se le marcó la vena en la frente.
—Nadie en este mundo me saca de mis casillas como tú —bufó—, por supuesto que el divorcio no entra en mis planes, al menos por el momento —aseguró—, procura ser más convincente con las personas que nos rodean.
La joven dibujó una sonrisa, más falsa que nada e ingresó a la habitación donde dormían los pequeños.
—Como tu digas, mi cielo.
Alexander ladeó los labios, la tomó por la cintura y le plantó un apasionado beso.
—Así está mucho mejor —murmuró en su oído.
Madison estaba por reclamar su atrevimiento, cuando escucharon que uno de los pequeños comenzaba a preguntar por ella. Ambos ingresaron para estar con ellos, cuando de pronto Alexander se aferró con fuerza al barandal de la cuna, para evitar caer.
— ¡Alexander! —exclamó ella y se movilizó sujetándolo con ambos brazos. — ¿Te encuentras bien? —cuestionó preocupada.

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