Los ojos verdes de Alexander se encontraron con los de marrón de Madison, y su respiración se agitó.
—Estoy bien —pronunció un poco aturdido.
—Estás pálido —refirió sin soltarlo.
—Se me debió haber bajado la presión —mencionó.
—Vamos a que te sientes —dijo ella y de inmediato caminó hacia uno de los sillones, ayudándole—. Bebe un poco de agua. —Tomó una jarra de agua y le sirvió un vaso.
Alexander dio un par de sorbos y se recargó en el respaldo del sillón, cerrando sus ojos unos segundos.
—Voy a llamar a un médico —indicó Madison.
— ¡No! —Alexander la tomó de la mano—, ya me siento mejor.
—Sigues muy pálido. —Lo miró con precaución.
— ¡Dije que estoy mejor! —se puso de pie, será mejor bajar con mis papás.
Madison movió su cabeza, no muy convencida.
—Se hará como usted dice, señor Walton.
Alexander la miró a los ojos y presionó su puño con fuerza.
—No me llames así —resopló.
—Vamos con tus papás… Mi amor —Madison expresó con sarcasmo.
***
A la mañana siguiente.
Alexander finalizó de abrocharse los botones de su impecable camisa color blanco, se arregló su castaña cabellera y aplicó su costosa loción. Salió de la habitación y se dirigió a la habitación de Madison, para buscar a los pequeños.
Abrió la puerta y se dio cuenta que ya no estaban ahí, por lo que de inmediato se dirigió a la planta baja, al descender por las amplias escaleras, un delicioso aroma invadió sus fosas nasales, el cual estimuló su apetito al instante.
—Que bien huele —manifestó.
Se detuvo antes de llegar a la cocina, y se quedó sin palabras al observar a Madison preparando algo desconocido para él, pero que hacía que su estómago clamara por alimento.
—Buenos días —saludó, sin poder evitar que sus ojos recorrieran la escultural silueta de la chica, notando lo atractiva que lucía con unos leggins de piel en color negró, además de usar una blusa ajustada en color coral y unos stilettos altos.
Su mirada se perdió unos instantes al ver su dulce rostro, atendiendo a los pequeños. Sus labios se entreabrieron ligeramente, grabando aquella imagen en su mente.
—Buenos días —mencionó aclarándose la garganta.
—Hola —Madison contestó—, saluden a papá —expresó con cariño a los pequeños.
—¡Pa-pá! —pronunciaron por primera vez, ambos niños al mismo tiempo.
Alexander sintió una extraña agitación al escucharlos.
—Es… la primera vez que me llaman: ‘Papá’. —Se aclaró la garganta y se acercó a ellos, sonrió al observar que Liam estiró sus manos pidiendo que lo alzara de la silla periquera en la que iba a desayunar. Él no se pudo resistir y lo cargó.
Madison ladeó los labios y se giró para apagar las hornillas de la estufa.
— Hora de desayunar —indicó llevando los platos. — ¿Te gustan los hotcakes? —preguntó.
—Sí —respondió él—, hay algo que huele muy bien, ¿qué es?
—Preparé una miel especial —mencionó y en el instante sirvió.
Al tomar el tenedor y probar el desayuno, Alexander se dio cuenta que era la primera vez que lo hacían en familia.
—Gracias —contestó y cerró sus labios saboreando el dulce desayuno. Sintiendo que su corazón latía de una manera distinta, además que le agrado la armonía que se sentía en aquel lugar en el que los cuatro compartían espacio.
***
Momentos más tarde, Alexander descendió de su lujoso auto en el estacionamiento de la constructora, y enseguida caminó aprisa para abrir la puerta del copiloto, extendió su mano y la ayudó a descender, y entrelazó sus dedos a los de ella.
—Sí —la asistente respondió con esfuerzo y dirigió su mirada hacia la chica que ingresó para limpiar el vaso que ella rompió—. ¡Limpia este desorden! —ordenó molesta.
Alexander rodó los ojos y se dirigió hacia su oficina.
—Enseguida —expresó aquella humilde muchacha, que por querer llegar con rapidez se tropezó y se cayó.
—No puede ser, esta niña es más torpe que mi abuelita, que tiene 88 años —se mofó una de las directoras de área que iba saliendo de su oficina, y carcajeó junto con la joven asistente.
Madison soltó con rapidez a Alexander y se movilizó para ayudar a aquella chica.
— ¿Te hiciste daño? —preguntó, ayudándole a ponerse de pie.
La joven con el rostro completamente enrojecido, negó con la cabeza.
—No, señorita, lamento el incidente —expresó avergonzada.
—No te preocupes, lo importante es que estés bien —refirió y la ayudó a sentarse en la sala de espera que había en el lugar—. Tienes un raspón en la rodilla, debes ir a que te revise el médico de la empresa —señaló y se dio cuenta que sus manos, también estaban lastimadas—, es una orden.
—No es para tanto. —La muchacha la miró con ternura.
—Esas manos se van a inflamar y no podrás trabajar. —Madison se puso de pie y tomó la escoba que llevaba y se dirigió a limpiar los vidrios que había en el espacio de la asistente.
Alexander se sorprendió al ver lo que estaba por hacer y en el acto se aclaró la voz.
—Solicita que venga alguien más a limpiar —ordenó a su asistente, quien parecía que disfrutaba al ver a Madison sosteniendo las cosas de limpieza.
—Enseguida —inhaló profundo—. Señorita Davis, ya viene personal de mantenimiento para limpiar —indicó la mujer.
—Arquitecta Walton —Alexander la corrigió con frialdad—, es así como deben llamar a partir de este momento a mi esposa —ordenó con su gruesa voz y miró con frialdad a ambas mujeres que parecían divertidas al ver la reacción de Madison.
Ambas mujeres se quedaron perplejas al escucharlo.
— ¿Escuche bien? —la asistente cuestionó bajito. — ¡¿Es su mujer?! —murmuró con incredulidad.

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