Herederos para el Enfermo CEO romance Capítulo 26

James dejó caer el vaso de whisky que sostenían entre sus dedos al observar aquella entrevista, su cuerpo se estremeció al darse cuenta que una vez más, Alison lo había descubierto, de pronto algo llamó su atención.

— ¡Señora Walton! —exclamó con sorpresa. — ¿Estás casada? —colocó ambas manos sobre su pecho—, no puedes ser de nadie más, tienes que ser mía —refirió con la voz trémula.

De inmediato corrió hacia el vestidor de su habitación y se movilizó a abrir la caja fuerte.

—Este dinero es también mío —expresó, además de tomar las joyas que había dentro—, me he esforzado mucho trabajando en la empresa de tu padre, como para que te creas mi dueña y señora —gruñó.

Con rapidez sacó la mayor ropa de su closet y la llevó a su maleta. Estaba por salir cuando se topó con Alison.

—Buenas tardes, amor, ¿piensas salir de viaje? —preguntó y caminó con elegantes pasos hacia la sala.

James presionó su dentadura y la miró con hostilidad.

—Me voy, estoy harto de que te sientas mi dueño —bufó.

La hermosa mujer elevó su mentón y ladeó los labios.

—Tenemos un contrato, ¿acaso ya lo olvidaste? —indagó.

Sacudió su rostro y su respiración se agitó.

—Ese contrato se puede ir por la borda, estoy cansado de ti, harto de que me quieras controlar en todo. ¡QUIERO EL DIVORCIO! —gritó con fuerza.

La mirada de Alison se cristalizó.

—Te voy a dejar en la calle —gruñó y elevó su mentón con altivez.

—Eso ya lo veremos —respondió James—, llevo muchos años trabajando en la empresa familiar, si te atreves a dejarme sin nada los demandaré. Durante estos últimos años estuve guardando evidencia de todo lo que hago —chistó—, no podrás dejarme sin nada —replicó.

—Eres un miserable, te juro que me las van a pagar, tú y esa sirvienta miserable. No voy a detenerme hasta destruirlos —gruño—. Además tendrás que enfrentarte a un pez más fuerte, se llama Alexander Walton, su marido. —Carcajeó, divertida.

—Ese es asunto mío. —Se giró en su eje dispuesto a irse.

— ¡Un momento! —Alison gritó—, si piensas irte, que sea sin el auto que acabo de comprar, está a mi nombre. —Ladeó los labios—, no creo que desees que te acuse de hurto. —Su mirada se ensombreció.

James presionó los puños con fuerza y le lanzó las llaves.

—Que lo disfrutes —expresó con amargura y salió del apartamento—. Con todo lo que he sacado de la empresa, no estoy tan indefenso como supones, querida. —Ladeó los labios, de manera siniestra.

***

Después de aquel encuentro tan desagradable con James, Madison se dirigió a una vieja cafetería en había trabajado años atrás, solicitó un pequeño cubículo para permanecer alejada de todo el mundo y pensar con claridad en lo que tenía que hacer.

Un par de lágrimas corrieron por su rostro al recordar la forma a la fuerza en la que la besó y su estómago se revolvió al sentir asco.

—Te desprecio tanto —refirió con voz fragmentada y supo que no la dejaría en paz a menos que… —Tengo que hablar con Alexander sobre esto —resopló—, no puedo seguir callando, aunque me preocupa su estado de salud, ¿y si esto lo pone mal? —presionó sus puños con fuerza—, no deseo ser la causante de una recaída. —Hizo una mueca, después de beber un Chai latte, pagó la cuenta y salió del lugar.

Tiempo después ingresó a la residencia en donde vivía, al no observar movimiento en el interior se dirigió a su habitación e ingresó a la cabina de baño, justo cuando estaba en medio de la ducha, su móvil vibró, sin que se diera cuenta.

Después de que salió, envuelta en la bata de baño y con una toalla cubriendo su cabellera, tomó su móvil y se dio cuenta que se tenía una llamada perdida de Hanna, por lo que la llamó en ese momento.

— ¿Cómo estás? —Madison cuestionó con alegría de escucharla.

— ¿No te has enterado? —preguntó Hanna.

— ¿Qué ocurre? —frunció el ceño al darse cuenta que se había saltado todos los protocolos de educación.

***

Alexander conducía su auto a gran velocidad, sintiendo que su torso subía y bajaba agitando. En ese instante recibió la llamada de su amigo Luke, la cual respondió desde los controles de su auto.

CAPÍTULO 26. ¿QUÉ LE OCURRE? 1

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