El helicóptero que trasladaba a Alexander, se estacionó en el helipuerto del hospital, ahí lo esperaba un equipo de médicos con la camilla, la cual fue dirigida con rapidez al área de terapia intensiva, con el doctor Seville a su lado.
Luego de aplicar otros medicamentos, su frecuencia cardiaca y el ritmo de su respiración, comenzaron a estabilizarse; sin embargo, la fiebre no cedía.
—Vamos Alexander, tú puedes —el médico le habló—, eres un hombre fuerte que ha demostrado que puede sobrevivir a pesar de todo diagnóstico médico.
Los párpados de Alexander comenzaron a moverse, intentando abrir los ojos, hasta que lo logró.
—No dejes que me muera aún —suplicó con dificultad—, deseo ver crecer a mis hijos, aunque sea un par de años. —Lo miró a los ojos—, promete que harás todo lo que esté en tus manos para ayudarme. —Un par de lágrimas corrieron por sus mejillas.
El médico pasó saliva con dificultad, al escucharlo.
—Te doy mi palabra que haremos todo lo posible por alargarte la vida, lo más que se pueda. —Colocó su mano sobre la de él—. Estás muy fatigado, no hables más. Vamos a sedante para que puedas descansar y no sientas dolor.
Alexander movió su cabeza afirmando y cerró sus ojos, en cuanto la enfermera aplicó el sedante.
—No olvides tu promesa —expresó bajito y se quedó profundamente dormido.
—No lo haré —el doctor Seville se acercó a su oído y respondió—, descansa, vas a necesitar fuerzas para la batalla que vamos a comenzar.
***
La joven descendió corriendo por las escaleras, sintiendo que su corazón retumbaba en su pecho, al salir hacia el jardín, se encontró con el chofer esperándolas.
—Muchas gracias, por atender mi llamada, a pesar de la hora —expresó al hombre y subió a lado de él.
—Estoy para servirle —refirió Ralph. — ¿A dónde nos dirigimos?
—Al hospital al que me has estado llevando —contestó ella conteniendo la respiración.
El hombre ladeó los labios, haciendo una mueca.
— ¿Puedo hacerle una pregunta?
—Claro —Madison contestó.
— ¿Está enferma?, pregunto porque hemos ido varias veces a la torre médica.
—No, yo me encuentro bien. —Suspiró profundo.
— ¿Se trata del señor Alexander? —giró y la miró breves segundos mientras salían de la residencia.
Madison afirmó con la cabeza.
—Lo están trasladando en este preciso momento —su voz se fragmentó—, necesito que guardes el secreto —solicitó—, nadie sabe que está… Enfermo. Yo me enteré por casualidad y prometí no decir nada, pero no puedo con esta angustia, necesitaba decírselo a alguien. —Liberó un par de lágrimas.
Raph presionó las manos en el volante.
—Lo siento mucho —dijo con sinceridad y suspiró profundo—, llevo trabajando mucho tiempo con él —refirió con tristeza—, fue la única persona que me dio una oportunidad, cuando nadie más lo hacía —su voz se fragmentó.
— ¿Qué quieres decir? —ella preguntó percatándose que escurrían varias lágrimas sobre sus mejillas.
—Hace algunos años, cuando mi esposa murió en un accidente, era tanta mi tristeza, que lo perdí todo, mi casa, mi trabajo y me convertí en un vagabundo —narró—, pasé las noches más frías en las calles, durmiendo en bancas de parques, algunas veces cuando tenía suerte en las iglesias, hasta que me topé con el señor Alexander, ya que me metí a la empresa donde trabajaba, el guardía de seguridad me estaba corriendo de ahí. Yo solo buscaba refugiarme del frío.
La mirada de Madison se cristalizó al escucharlo y se identificó con él. Ya que era muy duro no tener a nadie en el mundo.
—El señor se acercó con aquel hombre y le solicitó que se retirará, ¿sabe qué fue lo que me dijo?
—No —la joven respondió sin imaginarlo.
—Si quería acompañarlo a almorzar.
Madison se estremeció al escucharlo, era tan difícil imaginar a su esposo haciendo actos de caridad, con ese frío corazón que solía demostrar a todo el mundo.
— ¿En verdad hizo eso? —cuestionó sorprendida.
—No solo eso, me devolvió la dignidad que había perdido —comentó con emotividad—, me llevó al comedor de la empresa y se sentó frente a mí, me preguntó los motivos por los que estaba vagando y cuando le narré lo que había sido mi vida, me ofreció un empleo y un techo en donde vivir, en ese momento mi vida cambió por completo.
—No lo puedo creer —expresó la chica, limpiando sus lágrimas—, me hubiera gustado conocer a ese Alexander ¿Usted sabe porque cambió tanto?
La mirada de Hanna se cristalizó al escucharla.
— ¿Eso es lo que piensas de mi trabajo? —cuestionó agitada.
—Ya lo dije —resopló y recostó a uno de los pequeños y salió de la habitación.
La barbilla de Hanna tembló, su pecho dolió de tristeza.
—Siempre he sabido que tu gran orgullo es Alexander —murmuró y se recostó con ambos pequeños—, yo los voy a proteger, lo prometo. Veré que sus papás elijan lo mejor para ustedes. —Besó sus pequeñas frentes y cerró sus ojos.
****
Madison ingresó a lado de Ralph hacia la recepción, para preguntar por Alexander, al ser dirigidos a la sala de espera se encontraron con el doctor Seville.
— ¿Cómo se encuentra Alexander? —preguntó Marisol acercándose a él.
—Se encuentra delicado —respondió—. Su sistema inmunológico está deprimido—, debido a esto tuvo una fuerte infección de las vías respiratorias, en su estado de salud se vuelve más complicado.
— ¿Puedo verlo? —cuestionó sujetándose con fuerza a las manos de Ralph.
—Venía muy fatigado, por lo que tuvimos que sedarlo.
—Por favor, permítame verlo —suplicó.
—Está bien, solo unos minutos.
Después de colocarse la ropa que le entregaron esterilizada. Al ingresar a la sala de terapia intensiva su corazón se estrujó al observarlo con un respirador, además de estar conectado a varios aparatos.
—Lamento todo lo ocurrido —expresó con lágrimas en los ojos—, no te des por vencido, tus hijos te necesitan mucho. —Acarició su espesa cabellera en tono castaño—, demuéstrales la clase de hombre que eres, el que no se oculta detrás de esa dura coraza —murmuró y lo sujetó de la mano.
—Señora Walton, se le acabó el tiempo —una enfermera se acercó para avisarle.
—Tengo que irme, prometo que te explicaré todo cuando estés mejor. —Besó su frente, en ese momento sintió que Alexander presionó su mano y su corazón se agitó con fuerza—. No te vayas por favor, no te mueras, te lo suplico. —Sin poder evitarlo, soltó su mano y salió de la sala de terapia intensiva con los sentimientos a flor de piel.

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