Madison ingresó a temprana hora al hospital, el sonido de sus stilettos de tacón resonaron por los pasillos que pasaba. Se dirigió a la máquina expendedora de café y luego hacia la sala del cubículo, esperando a que el doctor Seville, saliera de la revisión con Alexander.
Luego de esperar cerca de una hora, se puso de pie al verlo salir de la habitación de él.
—Buenos días —saludó el hombre.
—Hola, doctor ¿Cómo se encuentra Alexander? —preguntó.
—Mucho mejor, tanto que lo vamos a dar de alta —manifestó sonriente.
—Me da mucho gusto —resopló sintiendo un gran alivio.
— ¿Por qué no has entrado a verlo? —preguntó frunciendo el ceño.
La joven inclinó su rostro.
—Está molesto conmigo —explicó—, no deseo alterarlo, por eso he preferido quedarme aquí en la sala de espera.
El doctor Seville rodó los ojos.
—Ya se le pasara —refirió sin darle importancia—, tengo que decirte algo importante —expresó.
— ¿Qué ocurre?
—Tengo un colega en la ciudad de Toronto, está probando un tratamiento experimental para los pacientes con cáncer —refirió—, hace un par de días le llamé para hablarle sobre el caso de Alexander, lamentablemente con lo que le sucedió decidí esperar a que mejorara.
— ¿Hay alguna esperanza para él? —preguntó Madison.
—Vamos a intentarlo —el doctor Seville sugirió—. No hay peor lucha que la que no se hace.
—Tiene razón ¿Ya se lo dijo? —preguntó.
—No, quería hablarlo primero contigo, la próxima semana que tiene cita conmigo se lo comentaré, necesitaré que estés presente.
Madison inhaló profundo.
—Aquí estaremos, es tiempo de que sepa que estoy enterada de su enfermedad —resopló.
—Considero lo mismo —respondió el doctor—. Te voy a enviar información para que la leas. Tenemos un poco de tiempo en lo que se recupera por completo y se fortalece.
—Leeré la información. Muchas gracias por pensar en el padre de mis hijos —mencionó sintiendo una pequeña esperanza para ayudarlo.
—Vamos para que firmes los papeles de su alta y pueda terminar de recuperarse en casa. —El doctor tocó a su puerta.
—Adelante —Alexander pronunció, luego terminar de cambiarse aquella bata por ropa deportiva, se sorprendió al ver que Madison ingresaba acompañada del médico.
—Le pedí a tu esposa que viniera para firmar los documentos de tu alta y te ayudara con tu salida. Es necesario que te apoye. —Lo miró a los ojos.
—Gracias —expresó e inclinó su rostro, mientras Madison firmaba el alta.
—Está todo listo —mencionó el médico.
Después de que Alexander salió del hospital en silla de ruedas, Madison lo ayudó a subir al auto, en el que Ralph los llevó a la residencia.
Al ingresar a la habitación, de inmediato lo ayudó a recostarse.
— ¿Cómo te sientes? —Madison rompió el silencio.
—Mejor, gracias —respondió. — ¿Y los niños? —cuestionó.
—Hanna se los llevó a desayunar —explicó, en ese momento comenzó a sacar los medicamentos que le mandó el médico, y comenzó a anotar los horarios en el que debía tomarlos.
Alexander frunció el ceño al ver que se acercó con una píldora y un poco de agua.
—Me dijo el doctor que en cuanto llegáramos, te la tomaras —Madison explicó.
—Puedo hacerlo —guardó silencio unos segundos y la miró a los ojos.
— ¿Quieres preguntarme algo?
—Quiero que me digas la verdad sobre ese hombre —solicitó. — ¿Hay algo entre ustedes?
Ella negó con la cabeza.
—No, no hay nada. Lo juro por lo más sagrado que tengo en la vida —habló con sinceridad.
Alexander observó su cristalina mirada y encontró lo que necesitaba en el tono de su voz.
—Lamento no haberte creído, cuando te enfrenté. Tengo problemas en confiar en los demás, especialmente en las mujeres —explicó con honestidad—. Los días que pasé solo en el hospital me hicieron pensar en muchas cosas. Disculpa todo lo que te he hecho pasar.
Madison se encontraba en la sala charlando con Hanna, quien está pidiendo una asesoría para remodelar su piso.
—Necesito que me ayudes —solicitó—. Traje estás revistas para de interiores para que me ayudes a escoger, mientras lo hacemos quiero que me digas como te ido cuidando al ogro de mi hermano.
Madison sonrió y comenzó a hojearlos observando las decoraciones de interiores que tenían.
—Está tranquilo, dedicándose a recuperarse —mencionó—, este tipo de mueble le queda a la sala de tele —señaló.
—Voy a tomar nota —Hanna contestó.
Madison se detuvo unos instantes y fijó su mirada en una imagen.
—Cuando era una adolescente, y solía ver películas de romance, imaginaba que era a mí a la que llevaban a visitar París a la Torre Eiffel, en donde los esperaba una cena romántica. —Suspiró profundo y luego comenzó a reírse sin parar.
— ¿Por qué te ríes? —cuestionó Hanna con extrañeza.
—Era una soñadora de lo peor —bromeó—, creía que algún día iba a encontrar el amor y formaría la familia que nunca tuve. —Suspiró profundo.
—¿No eres feliz con mi hermano? —cuestionó.
***
Alexander se encontraba mucho mejor y ya estaba aburrido, además de fastidiado por tanto encierro, por lo que decidió salir de la habitación. Desde el segundo piso donde estaba distinguió con claridad la voz de Hanna, por lo que quiso sorprenderla descendiendo lo más silencioso, cuando llegó a mitad de las escaleras, no pudo evitar escuchar la conversación entre ambas, se recargó sobre el muró y se asomó con cuidado para que no lo fueran a ver.
Desde ahí observó aquella imagen a la que Madison no le quitaba de encima, ladeó los labios con ternura al escucharla hablar sobre París, pero luego la conversación que hubo entre ambas, lo dejo con una sensación llena de amargura ante su último comentario:
«Creía que algún día iba a encontrar el amor y formaría la familia que nunca tuve», llevó su mano al pecho ante el fuerte pinchazo que sintió.
De un momento a otro respirar se volvió complicado, al oir a su hermana cuestionarla sobre lo que había entre ellos, sin poder evitarlo cambió de posición e hizo el ruido que no deseaba.
—¡Maldición! —exclamó.
***
Madison estaba por responder cuando ambas escucharon un ruido, por lo que enfocaron su mirada hacia las escaleras, y observaron a Alexander descender.
— ¿Estás bien? —cuestionó.
—Sí, no quería interrumpirlas, pero estaba algo aburrido —expresó y miró a Madison quien a quien percibió con un ligero atisbo de nostalgia, sabiendo perfectamente el motivo de su congoja, ‘no era feliz’ y él era el culpable de todo.

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