Mike estaba en su oficina revisando algunos expedientes de nuevo ingreso, organizaba el horario en el que se les atendería y quién sería el responsable, desvió su mirada al escuchar que tocaban en su puerta.
—¿Podemos pasar? —La pequeña María indagó con un semblante distinto al que tenía cuando se reunían a la hora de la comida.
—Sí, claro —Mike respondió, y de inmediato se puso de pie para saludarlas. — ¿Cómo estás? —preguntó a la pequeña al ver que tenía un par de rasguños en su rostro.
María inclinó su rostro y abrazó a su mamá.
—Estamos bien —contestó la mujer.
Mike presionó sus labios y decidió no indagar más, al menos delante de la pequeña.
—Tomen asiento —señaló al par de sillas que había frente a su viejo escritorio de madera y enseguida, les entregó una bolsa de papel a cada una—, espero que les guste.
La pequeña miró hacia el interior de la bolsa y sonrió al ver el contenido.
— ¿Todo esto es para mí? —preguntó.
—Sí, todo es para ti —contestó Mike con una gran sonrisa.
La madre de la pequeña se aclaró la garganta.
—Muchas gracias —mencionó con la voz entrecortada.
—No tiene nada que agradecer. —Mike intentó recordar su nombre, pero no lo logró, frunció el ceño.
—Soy Isabella —la madre de la pequeña le recordó.
Mike se sonrojó un poco.
—Isabella, es verdad —sonrió.
Esperó a que ambas se alimentaran, y luego a que se llevaran a la pequeña a otra sala para poder hablar en privado de lo que les había sucedido.
— ¿Qué fue lo que les ocurrió? ¿Por qué se quedaron sin albergue en donde dormir? —preguntó.
La mirada de la mujer se llenó de lágrimas.
—Una niña le robó la muñeca que le regaló la señorita Madison —explicó—, cuando María se dio cuenta lloró mucho, hasta que supo quién lo hizo, la fue a enfrentar y se peleó a golpes con la otra niña, era un poco más grande. Las peleas están prohibidas en el albergue, y por si fuera poco, no nos creyeron que fuera de ella, porque no tenemos nada más que lo que llevamos puesto, nos quedamos sin un techo en donde dormir.
—Lo lamento mucho —mencionó con pesar Mike.
—No quiero volver a dormir en las calles, mi hija no tiene porque pasar por algo así, otra vez —rompió en llanto la mujer.
—No te preocupes por eso. —Mike sintió que su garganta picaba—, tengo una habitación disponible en mi departamento, pueden usarla el tiempo que la necesiten —dijo sin titubear.
Los ojos de Isabella, se abrieron de par en par al escuchar su propuesta.
— ¿A cambio de qué? —preguntó con desconfianza.
Mike frunció el ceño.
—A cambio de que cuides de tu hija y la veas crecer feliz —explicó.
—Nadie da nada a cambio —habló sin poder creerle del todo.
—No tengo porque mentir, piensalo bien, me dices tu respuesta, después de la comida, para que saliendo de ahí las pueda acompañar y se instalen.
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