New York, Estados Unidos.
Tres días después.
Los dedos de Madison acariciaban la espesa melena de Alexande, disfrutando de enredar algunos de sus mechones, entres sus dedos, viendo la forma relajada en la que respiraba de manera tranquila, esperando la llegada del doctor Smith. En ese momento la puerta se abrió.
— ¿Se puede? —el pequeño Liam dijo asomando su cabecita, esbozando una amplia sonrisa.
Enseguida Noah se asomó también y saludó con su manita a sus papás.
—Venimos en secreto —susurró riendo feliz de ver a sus papás, luego de varios días de no hacerlo.
La mirada de Alexander se iluminó al ver que ingresaron sus hijos, sus ojos se rozaron de aquella emoción.
—Venimos a curarte, papá —Noah se acercó sosteniendo su maletín médico, mientras qué, Liam acercaba una silla, para que pudiera subirse—. Abre la boca grande —ordenó tomando una lamparita—. Tiene… toda la boca morada —indicó dándole la lámpara a su hermano.
—Debe ser por los bichitos —Liam respondió y luego colocó su estetoscopio—. Voy a escuchar su corazón.
Alexander sonrió al sentir la forma en la que lo colocaba y se quedaban en silencio.
—Su corazón está muy bien, eso debe ser porque quiere mucho a nuestra mamá.
—Por lo tanto, ya deben dejarte salir de aquí —manifestó Noah.
—Sí, ya es hora de que te dejen ir, nosotros venimos por ti.
Madison se acercó a los pequeños y los abrazó con mucho cariño.
—Su papá saldrá cuando lo indique el doctor Seville, no antes —manifestó inclinándose para verlos a los ojos.
Ambos pequeños resoplaron.
—Te extrañamos —indicaron al mismo tiempo.
—Y yo a ustedes —contestó Alexander—. Expliquenme algo, ¿quién los dejó entrar? —indagó.
Ambos pequeños se llevaron las manos a sus bocas y sonrieron.
—El abuelo, dijo que es buen amigo del doctor de papá —anunció Liam.
Madison miró a Alexander y sonrieron.
—Claro son mejores amigos —manifestó ella.
— ¿Cómo estás hijo? —el señor Adam ingresó a la habitación a lado de la señora Rosa.
—Me siento mejor, gracias —indicó. — ¿Y tú?
—Pues me siento como un bebé, sin poder salir a ningún lado con su niñera —bufó.
La señora Rosa, rodó los ojos al escucharlo, en su interior deseó poder darle un fuerte pellizco.
—Ya va con su cantaleta —se quejó—, debería agradecer que hay alguien que lo cuida y carga los pañales para cuando los necesita. —Golpeó su bolso con su mano y ladeó los labios.
Madison y Alexander se carcajearon, sin poder evitarlo.
—¿La señora Rosa te cambia los pañales? —cuestionó Noah con sorpresa.
— ¿Te haces pipi en los pantalones? —preguntó Liam, cubriendo su boca para no mofarse.
El señor Adam se llevó la mano a su rostro y negó con su cabeza.
—¿Quién iba a decir que me estarían cantando lo mismo el resto de mi vida —chistó.
En ese momento ingresó el doctor Seville.
— ¿Puedo pasar? —refirió sonriente, al ver al señor Smith se le borró.
— Necesito hablar con el paciente —indicó con seriedad.
Madison entrelazó los dedos de su esposo sintiendo gran nerviosismo.
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