Toronto, Canadá.
Dos días después.
Al descender de la SUV, Madison tomó de las manos a su esposo y caminó guiandolo, luego de llevar los ojos vendados.
—No te detengas —indicó con emotividad.
—Haré lo que digas —respondió.
—Prohibido hacer trampa —murmuró.
Alexander se dejó llevar por Madison, sus sentidos se encontraban atentos, deseando adivinar en donde estaba.
—Por lo menos de una cosa estoy seguro —dijo él.
— ¿De qué cosa? —cuestionó Madison.
—Estamos en un ascensor —afirmó—, solo tengo una duda.
— ¿Cuál?
— ¿Estamos solos?
Madison no pudo evitar reírse.
—Así es —contestó y suspiró profundo al sentir sus manos sobre su cintura.
Alexander se acercó a sus labios y la besó con ternura.
—Llegamos —anunció ella, y salieron del ascensor caminando a pasos lentos.
Madison abrió la lujosa habitación estilo victoriano que reservó, para celebrar que la enfermedad de Alexander, no había vuelto y que tenían juntos una segunda oportunidad. Retiró el vendaje que cubría sus ojos.
La mirada de Walton brilló al observar un camino de pétalos de rosa, acompañado de velas hacia el interior, justo cuando estaban por proseguir, la tomó entre sus fuertes brazos y la dirigió hacia el lecho.
Se detuvo unos segundos, apreciando sus delicadas facciones, dejándose llevar por aquellos ojos color chocolate que tanto le gustaban, sonrió al encontrar ese brillo que siempre solía tener su mirada.
Sus manos la tomaron por las mejillas y acercó sus labios a los de su mujer, separandolo con su lengua, para encontrarse con la de ella y disfrutar de un apasionado beso, del cual se separaron hasta que les hizo falta el aire.
—Espero que te guste —manifestó.
Alexander sonrió, admirando cada detalle del interior con estampado en flores, los muebles grandes con tonos dorados, acabados finos en madera.
—Todo es perfecto. —Tomó una fresa con chocolate y la dirigió a la boca de Madison, justo cuando la mordió a mitad, Alexander le retiró el resto de sus labios—. Deseo hacerte una pregunta. —Se aclaró la garganta.
Madison finalizó de saborear el dulce sabor de la combinación de las fresas y el chocolate.
Al llegar a la cama, se recostaron sobre el lecho, Alexander la llenó de una estela de cálidos besos, sobre su cuello hasta llegar a sus hermosos senos. Trató de ser muy cuidadoso con cada uno de sus movimientos, deseando no hacer algo con lo que no se sintiera cómoda, se sentía como si fuese la primera vez.
Conforme sus manos y sus labios la recorría, supo identificar los momentos en los que se tendaba, pues se aferraron a él con gran fuerza.
—Confía en mí, vamos poco a poco —dijo con suavidad.
Madison sonrió al mirarlo.
Alexander tomó distancia y retiró cada una de las prendas que le faltaban y con mucho cuidado se fundió en la calidez de su intimidad.
—Confío en ti —expresó mientras entrelazaban sus manos.
Alexander retiró cada una de las prendas que le faltaban y con mucho cuidado se fundió en la calidez de su intimidad, haciéndose una sola carne. Poco a poco, se fueron acoplando, hasta que ella lo estrechó a su cuerpo, sintiéndose extasiada ante su intrusión.
—Continúa —suplicó jadeando.
Alexander se acercó y la besó, al tiempo que comenzó a hacer movimientos en su cadera una y otra vez, disfrutando de la calidez que lo acogía.
—Te amo con todo mi ser y más —confesó con voz trémula—, estoy muy orgulloso de que seas mi mujer.
Varias lágrimas recorrieron la mirada de Madison.
—También soy muy dichosa de tenerte como mi pareja —manifestó dejándose llevar por aquel íntimo momento que vivían, hasta que llegaron a la cúspide, llenos de amor.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Herederos para el Enfermo CEO