Toronto, Canadá.
Al día siguiente.
—Estoy muy molesto por la forma en la que llevaste el caso del señor Alexander Walton —vociferó el doctor Seville. — ¿Qué es lo que pretendías? —gruñó. — ¿Acaso deseabas matarlo? —golpeó con fuerza su escritorio con sus manos.
Los labios de Olivia se entreabrieron al escuchar las duras palabras de su jefe.
— ¡No!, claro que no, jamás haría algo en contra de Alexander —aclaró—, deseaba ayudarlo…, salvarle la vida, ese es el juramento que hice cuando me gradué, y día a día me esfuerzo por cumplirlo —enfatizó.
— ¡Pues no se nota! —exclamó el doctor Seville—, si no hubiese llegado a tiempo, lo que le esperaba a Alexander, era la muerte —riñó—, todo por la sarta de negligencias que ocasionaste. —Presionó con fuerza sus dientes.
Separó los labios en una gran O, al escucharlo decir esas palabras que retumbaron con fuerza en su interior y le extendió el expediente médico del señor Walton.
— ¿En qué momento investigaste, si estaba durmiendo bien, o si estaba comiendo, o si había algo distinto en su vida, que le podría estar ocasionando esas cefaleas o mareos? —inquirió con severidad.
Su barbilla tembló.
—Me… enfoqué en los síntomas que coincidían con su enfermedad —respondíó con voz temblorosa.
— ¿Sabías que su esposa y uno de sus hijos fueron secuestrados?
—No —dijo en un hilo de voz.
—Y no solo eso, su madre falleció ese mismo día y su padre estuvo a punto de morir también.
Olivia no pudo evitar sollozar.
— ¿En qué momento perdiste el juicio? —cuestionó el médico.
—Nunca me había sucedido algo así. —Sorbió su nariz—, siempre he hecho un buen trabajo.
—Habías —la contradijo el hombre—, te cité para informarte que notifiqué al consejo médico (MCCQE), sobre esta situación y hasta que ellos no resuelvan si puedes o no continuar con tu labor como médico, estás suspendida.
Presionó con fuerza sus párpados y dejó correr las gruesas lágrimas que intentaba contener.
—Lo comprendo —mencionó bajito. Se giró en su eje y salió completamente abatida. «¿Por qué teníamos que volver a encontrarnos Alexander?» Se dijo a sí misma.
***
Los dedos de Alexander subieron con cuidado la cremallera del hermoso vestido con el que había llegado la noche anterior su mujer, cerrando perfecto en su espalda y luego depositó un tierno beso sobre su delicado cuello.
—Luces hermosa —susurró en su oído y luego se quedó en silencio unos segundos.
Madison giró hacia un lado su cuello para poder mirarlo.
—Te quedaste pensativo, ¿por qué?, ¿te preocupa algo? —cuestionó con extrañeza.
Dibujó una sonrisa pícara y luego sus manos se deslizaron hacia sus firmes glúteos, rozandolos para finalmente presionarlos, deseándola de nueva cuenta.
—No dejo de recordarte con aquel atrevido vestido rojo, estilo la señora Rabbit. —Soltó una gran risotada, para luego dar su suave mordisco sobre el lóbulo de su oreja.
Madison jadeó suavemente, para luego mover su cabeza y sonreírle.
—Jamás volveré a ponérmelo, no creo que me cierre, he aumentado un par de kilitos, no deseo que reviente cuanto tenga que sentarme —se rio.
Alexander la giró para poder mirarla y la estrechó con calidez.
—Estás perfecta —expresó con sinceridad—, cada parte de ti, me encanta. —Suspiró retirándole un mechón de su rizada cabellera.
—Me alegra escucharlo, porque no pienso ponerme a dieta, me gusta como me veo.
Salieron del lugar, y se dirigieron a la cabaña, donde los esperaba su familia.
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