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Herencia de Poder romance Capítulo 3

La lluvia no tardó en convertirse en un diluvio. El agua fría empapó su ropa en segundos, pegándole el cabello a la cara y convirtiendo el camino de tierra en un lodazal. Ximena se quedó de pie, inmóvil, mientras la tormenta rugía a su alrededor, como si quisiera que el agua lavara la última pizca de los de la Mora de su piel. El cielo se iluminó con el destello de un relámpago, y por un instante, la silueta de la Hacienda “El Agave Azul” se recortó contra el horizonte, un monumento a la traición. El frío le calaba los huesos, pero no temblaba. La humillación pública, el exilio forzado, el dolor de ser desechada… todo se arremolinaba dentro de ella, pero en lugar de quebrarla, se solidificaba en un núcleo de puro hielo. Este no era un final. Era una declaración de guerra.

Lentamente, se agachó y recogió su maleta. Caminó por el lodo, alejándose de la hacienda sin mirar atrás.-

Cada paso era deliberado, firme. Después de caminar casi un kilómetro, cuando las luces de la propiedad ya no eran más que un borrón en la distancia, se detuvo bajo la escasa protección de un viejo pirul. De un bolsillo interior de su chaqueta, impermeable y sellado, sacó un pequeño teléfono satelital, un dispositivo compacto y de aspecto militar que contrastaba brutalmente con el paisaje rural.

Sus dedos, aunque fríos, se movieron con una precisión experta sobre el teclado encriptado. No hizo una llamada. Escribió un único mensaje, corto y conciso, a un destinatario sin nombre.

"Fase uno completa."

Presionó enviar. La señal de confirmación parpadeó casi al instante en la pequeña pantalla. Guardó el dispositivo y se quedó mirando la oscuridad. Una sonrisa casi imperceptible, afilada y peligrosa, se dibujó en sus labios. La familia de la Mora creía que la habían destruido, que la habían arrojado a una vida de miseria. Pensaban que era una huérfana sin recursos, rota y sola. No podían estar más equivocados.

Su expulsión no había sido una derrota, sino un movimiento calculado, la primera pieza de un dominó que ella misma había puesto en marcha. Había necesitado que la echaran. Había necesitado que la humillaran públicamente. Necesitaba que el mundo, su mundo, creyera que estaba acabada. Porque solo desde las cenizas, un fénix podía renacer sin que nadie viera venir el fuego de sus alas. La tormenta arreciaba, pero dentro de Ximena, reinaba una calma absoluta. El plan, un plan meticulosamente elaborado durante años, acababa de comenzar. Y los de la Mora, en su arrogancia, habían encendido la mecha de su propia destrucción.

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