El amanecer encontró al todoterreno deslizándose por los viaductos de una Ciudad de México que despertaba. Se detuvieron frente a un edificio de cristal y acero en el corazón de Polanco, una estructura anónima y elegante que no revelaba nada de lo que contenía. Leo la condujo a un elevador privado que descendió a un nivel subterráneo. Las puertas se abrieron a un espacio que Ximena llamaba "El Nido del Fénix". No era un penthouse lujoso, sino un centro de operaciones de alta tecnología, minimalista y funcional. Paredes de concreto pulido, un enorme conjunto de monitores que ahora mostraban noticias financieras y mapas satelitales, y una sola mesa de trabajo en el centro. Era un espacio diseñado para la estrategia, no para el confort.
—Bienvenida a casa, señorita —dijo Leo, su tono tan neutral como siempre.
Ximena dejó su maleta a un lado y se acercó a la pared de monitores. Observó el flujo de información, absorbiéndolo todo. Durante años, había vivido una doble vida: la dócil heredera en Jalisco y, en secreto, una mente brillante que operaba en las sombras. Ahora, las dos vidas se fusionaban en una sola.
—El nombre de la Mora está muerto para mí, Leo —dijo, su voz resonando en el silencio del búnker—. Y el nombre Villarreal aún no me pertenece. No hasta que pueda reclamarlo en mis propios términos.
Se giró para mirarlo, sus ojos ardiendo con una intensidad fría. —No voy a llegar a Monterrey como una víctima que busca la caridad de sus padres. Voy a construir mi propio imperio aquí, en la capital. Cuando finalmente me presente ante ellos, lo haré como una potencia, no como una hija perdida. Quiero que me necesiten, que me respeten, antes de que sepan quién soy.
Leo asintió, comprendiendo perfectamente. Llevaba años trabajando para ella, reclutado por su inteligencia y su visión cuando apenas era una adolescente. Él conocía su verdadera capacidad.
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