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Herencia de Poder romance Capítulo 8

El efecto del antídoto fue casi instantáneo y absolutamente desconcertante. A los treinta minutos de administrar la dosis, el ritmo cardíaco de Mateo comenzó a estabilizarse. Una hora después, la fiebre que lo había consumido durante semanas empezó a ceder. Al amanecer, el niño abrió los ojos por primera vez en tres días, con la mirada clara y lúcida. Cuando Damián entró en la habitación, Mateo lo miró y le dijo con una voz débil pero firme: "Tío, tengo hambre". Los médicos no podían explicarlo. Lo llamaron una remisión espontánea, un caso para los libros de medicina. Pero Damián sabía la verdad. No había sido un milagro divino, sino una transacción. Alguien, en algún lugar, poseía un conocimiento que la ciencia médica convencional no tenía, y lo había monetizado de la forma más despiadada y eficiente posible.

La gratitud que sentía por la recuperación de su sobrino era inmensa, pero estaba mezclada con una emoción igualmente poderosa: una intriga que rayaba en la obsesión. ¿Quién era esa persona? ¿Un médico renegado? ¿Un investigador farmacéutico que operaba en la clandestinidad? ¿O algo completamente diferente? La audacia, la precisión y el anonimato total de la operación lo fascinaban. Era un movimiento de poder puro, ejecutado con la frialdad de un maestro estratega. Era el tipo de jugada que él mismo habría respetado en una sala de juntas.

De vuelta en la sede del Grupo Acosta, un imponente rascacielos en el corazón de Santa Fe, Damián convocó a su círculo de confianza.

—Quiero que encuentren a esta persona —dijo, su voz resonando en la sala de juntas minimalista—. No me importa cómo ni cuánto cueste. Quiero saber quién está detrás de esto.

Su equipo, los mejores analistas y exagentes de inteligencia que el dinero podía comprar, se puso a trabajar. Rastrearon al repartidor, pero resultó ser un joven contratado al azar a través de una aplicación, pagado en efectivo para recoger y entregar un paquete, sin saber su contenido. Analizaron la composición química del antídoto, pero su estructura era única, sin patentes registradas, lo que sugería que había sido sintetizado en un laboratorio privado. Revisaron cada cámara de seguridad de la ciudad, pero la ruta de la motocicleta parecía haber sido diseñada para evadir la vigilancia. La "curandera", como empezaron a llamarla en clave, era un fantasma.

Damián se encontró pensando en ella en momentos inesperados. La imaginaba como un hombre mayor, un científico excéntrico. Luego como una organización secreta. Pero la idea de una sola mente brillante detrás de todo era la que más le atraía. Alguien que no solo tenía el genio para crear la cura, sino también la audacia para exigir un rescate por ella. Lejos de sentirse estafado, se sentía extrañamente desafiado. Alguien había entrado en su mundo, había resuelto un problema que él no pudo resolver, y se había marchado con su dinero, dejándolo con más preguntas que respuestas. Para un hombre acostumbrado a tener el control absoluto, esta falta de información era intolerable. La búsqueda de la curandera anónima se convirtió en su prioridad personal. No por venganza, sino por una necesidad imperiosa de entender, de conocer a la única persona que lo había superado en su propio juego.

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