Florencia no logró seguirle el ritmo a Eleonor y soltó:
—¿Por qué? Él ahora está divorciándose, eso le afecta al Grupo Valdés, quieras o no.
Después de todo, si el presidente de una empresa que cotiza en la bolsa se divorcia, la gente allá afuera no tarda en especular sobre posibles cambios en las acciones o en el control del grupo.
La bolsa, de seguro, se pondría inquieta.
Eleonor sonrió de medio lado.
—Ya lo entenderás cuando llegue el momento.
—Bueno, si ya tienes tu plan, entonces me quedo tranquila. Si algún día no quieres pelearte de frente con Fabián, yo puedo salir a dar la cara por ti —aventó Florencia, guiñándole un ojo.
Eleonor negó con una ligera sonrisa.
—Despreocúpate. Fabián no es de esos que pierden la compostura tan fácil.
Si no fuera por el escándalo en redes sociales, tal vez sí estaría en desventaja.
Pero ahora, ella tenía el control en sus manos.
Fabián, aunque sea solo por proteger la reputación de Virginia, aceptaría el divorcio.
No iban a llegar a los gritos ni a los pleitos en público.
Florencia tenía prisa porque iba a ver a otra persona, así que solo le dejó algunas recomendaciones rápidas antes de subir a su carro para irse.
Antes de arrancar, se acordó de algo, sacó un regalo del asiento del copiloto y se lo entregó a Eleonor.
—¡Manita, feliz Navidad! ¡Ya me voy!
Eleonor sonrió con dulzura.
—Gracias, feliz Navidad. ¡Cuídate en el camino!
Esperó hasta que el carro de Florencia se perdió en la calle. Solo entonces abrazó el regalo y regresó a la casa.
Blanca, la señora que ayudaba en la casa, justo terminaba de servir la cena.
—Señora, ya está lista la comida.
—Perfecto.
Eleonor apenas respondía cuando se topó con Virginia bajando las escaleras de la mano de Ángel.
Madre e hijo venían vestidos de pies a cabeza con motivos navideños, tan arreglados y orgullosos que parecía que iban a un concurso de elegancia. La forma en que la miraron hizo sentir a Eleonor como si fuera la perdedora de la noche.
Ángel se soltó de la mano de Virginia y bajó las escaleras de un brinco.
—¡Ja! —levantó la barbilla, mirándola con aires de triunfo—. Mi tío va a venir a recoger a mi mamá y a mí para cenar fuera. Tú, pobrecita, te quedas sola en la casa. ¡Eres un caso perdido!
Al terminar, miró hacia el patio con los ojos llenos de emoción.
Jaló a Virginia de la mano.
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