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Mi Marido Prestado romance Capítulo 20

...

Eleonor no tenía fuerzas para pensar en cómo celebraba esa familia de tres las fiestas.

Después de cenar, salió al patio y, en cuclillas, se puso a armar un Santa Claus con la nieve. Sus manos terminaron tan rojas del frío que apenas podía mover los dedos, así que regresó a su cuarto para darse un baño caliente.

Tal vez porque Blanca notó que seguía nevando, subió la calefacción demasiado.

Eleonor ni siquiera quiso secarse el cabello. Se recostó en la cama con un libro, pero no pasó mucho antes de que, hecha bolita, se quedara dormida.

...

Al día siguiente, Eleonor despertó de golpe, sobresaltada.

No supo si el ruido venía de abajo o de la puerta, pero el estruendo fue tan claro y fuerte que la sacó por completo del sueño.

Seguro era Ángel haciendo de las suyas otra vez.

Ya sin ganas de dormir, se lavó la cara y bajó para desayunar.

Apenas llegó a la escalera, Ángel apareció de quién sabe dónde, con las manos en la cintura y los ojos llenos de rabia.

—¡Mala mujer! ¡Ojalá te mueras!

Eleonor frunció el ceño, pero no le dio tiempo de contestar. Ángel, sin avisar, se lanzó directo hacia ella.

Esta vez, ella logró esquivarlo rápido, pero de pronto sintió que alguien la jalaba con fuerza por la espalda.

Perdió el equilibrio y todo su cuerpo rodó por las escaleras.

Sintió cómo cada hueso le reclamaba. Se golpeó la frente contra el borde de un peldaño y la sangre le bajó por la cara, empapándole la mejilla.

Quedó tirada en el suelo, hecha un desastre, aguantando el dolor mientras levantaba la cabeza. Desde la escalera, Virginia la miraba con una sonrisa retorcida, casi divertida.

—No me voy a ir de aquí, así que ni lo sueñes —susurró Virginia, con ese tono venenoso que tanto le gustaba usar.

Eleonor alcanzó a ver que había sido Virginia quien la había empujado.

Blanca, al escuchar el escándalo, llegó corriendo y casi se desmayó del susto. Eleonor, usando el último hilo de energía que le quedaba, le susurró:

—Llama a una ambulancia.

—¡Sí, sí! —Blanca, temblando, marcó al número de emergencias.

Mientras daba la dirección, Eleonor ya sentía que todo se le escapaba de las manos.

...

Dolía.

Dolía tanto que pensó que se iba a desarmar ahí mismo.

Eleonor, que andaba buscando el baño con el suero colgando de la mano, escuchó la frase y se quedó helada.

Empujó la puerta del balcón, y cuando los dos se voltearon a verla, se notaba el asombro en sus caras.

Sosteniéndose del marco, Eleonor miró a Fabián.

—No te preocupes. No voy a llamar a la policía.

Fabián la vio arrugar el ceño de dolor y algo se le tensó por dentro, pero lo que dijo fue:

—¿Qué quieres? Yo me encargo de que te compensen.

Ese era su esposo, pero últimamente solo sabía hablar de compensaciones.

Nunca la defendía, solo le ofrecía algún tipo de pago.

Eleonor, con los ojos claros y la voz casi apagada, preguntó:

—¿Lo que sea?

—Por supuesto.

—Entonces quiero que pague con la misma moneda.

Lo dijo así, tranquila, y antes de que Fabián pudiera reaccionar, Eleonor levantó el suero y lo lanzó directo hacia Virginia.

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