Eleonor la miró de forma cortante.
—Virginia, el cuarto en el que están… es el mío.-
—El tío dijo que a partir de ahora este será el hogar de Angelito —contestó Virginia, tranquila, mientras acomodaba las cosas de su hijo.
Ángel, indignado, infló el pecho y soltó con voz desafiante:
—El tío también dijo que va a cuidar de Angelito y de mamá, igual que si fuera mi papá.
Eleonor notó que Virginia ni siquiera se molestaba en corregir o hablar con el niño. De repente, se le dibujó una sonrisa sarcástica.
Observando a Ángel, preguntó:
—¿Sabes qué va a pasar contigo en Navidad, cuando llegue Santa Claus?
El niño levantó la cabeza, seguro de sí mismo.
—¡Me va a traer un montón de dulces!
—Te equivocas.
Negó con la cabeza, su sonrisa se ensanchó.
—Santa va a venir y, como rompiste mi foto familiar, te va a cortar las manos y las va a meter al horno. Luego se las va a dar de comer a los monstruos.
—¡Aaaah!...
Al final, seguía siendo un niño.
Ángel se asustó tanto que se abrazó de inmediato a Virginia, llorando desconsolado.
Virginia frunció el ceño, molesta, y encaró a Eleonor.
—No estaba bien que lo asustaras así. Es solo un niño.
—Si ni a un niño puedes educar, ¿de qué te sirve tanto deporte extremo? ¿Aparte de eso, sabes hacer otra cosa?
Eleonor soltó esa frase cortante y se fue a su cuarto sin mirar atrás.
...
Ya entrada la noche, un carro negro se detuvo frente a la casa.
Eleonor, de pie junto a la ventana, vio cómo Fabián bajaba del carro. Apenas puso un pie en el patio, Ángel salió corriendo y se colgó de su madre, con Virginia a su lado.
La escena parecía la de una familia feliz.
Pasó un rato antes de que se escuchara la puerta.
Fabián entró al cuarto, llevaba una camisa blanca impecable y caminaba decidido. Su voz sonó exigente.
—¿Asustaste a Angelito?
—Sí.
Eleonor señaló el buró, donde había colocado los restos de una foto hecha pedazos.
A Eleonor le molestó el contacto. Estaba a punto de apartarse cuando la puerta, que había quedado entornada, fue golpeada suavemente.
Fabián, al ver quién estaba en la puerta, la soltó al instante, casi por instinto.
Eleonor se quedó quieta solo un instante, pero comprendió todo al momento.
Para demostrarle lealtad a la persona que de verdad le importaba, Fabián había pasado tres años de matrimonio sin siquiera compartir cuarto con ella.
Ahora, bajo el mismo techo, tenía que dejar aún más claro de qué lado estaba.
Virginia apareció, con un tono resignado.
—Fab, Angelito dice que quiere que lo acompañes a dormir.
—Ya voy.
Fabián asintió y miró a Eleonor.
—¿No te vas a enojar?
—No.
Cuando él salió, Eleonor tomó el segundo documento: el acuerdo de divorcio.
Era cierto, siempre había sido tranquila y madura.
Hasta para divorciarse, ella misma preparó todo y le puso el papel en las manos.

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