El carro se sumergió en el bullicio citadino, y el ir y venir de vehículos fue disipando poco a poco la densa oscuridad de la noche en el centro de la ciudad.
Desde que Eleonor subió, no había dicho ni una palabra; permanecía callada, recargada en el asiento, sin parpadear, observando cómo el paisaje urbano pasaba fugazmente por la ventana.
Llevaban más de cuatro años de conocerse. Además de ser una persona sensata y comprensiva, en su interior tenía una fuerza que muy pocos poseían, como esas flores de campo que brotan hasta en los peores temporales, siempre luchando por florecer.
Pero en ese instante, algo se sentía diferente.
Aunque guardaba silencio, Nil podía percibir esa tristeza que se filtraba en el ambiente.
En un semáforo en rojo, pisó levemente el freno.
—¿Estás bien?
A decir verdad, no se sentía bien.
Iker parecía vivir en otro mundo, como si nada de lo que había ocurrido tuviera importancia, como si todo quedara en el pasado. Para él, lo sucedido era cosa de nada, y justo por eso, ella sentía que era la única atrapada, la única que no podía pasar la página, como si fuera rencorosa o egoísta.
Aun así, Eleonor nunca había sido de abrir su corazón tan fácil. Con una sonrisa forzada, murmuró:
—Estoy bien.
—Si pasa algo, acuérdate de contármelo.
Nil sabía cuándo insistir y cuándo dar espacio, así que no siguió preguntando. Solo la miró, preocupado.
—Ellie, si te enfrentas así a Iker, vas a salir perdiendo.
Eso era un hecho, sin vueltas.
Eleonor sintió un revoltijo de emociones y, tras un buen rato, apenas alcanzó a responder en voz baja:
—Lo sé.
Ni siquiera entendía el porqué. Cuando Fabián le fue infiel, había logrado mantener el control.
Pero con Iker… con él, perdía el rumbo con demasiada facilidad.
...
Al llegar a casa, Eleonor se puso a platicar con Florencia sobre todo lo ocurrido. Florencia no lo pensó ni un segundo.
—¿Sabes por qué te pasa eso?
Movió todos los papeles del café hacia un lado, con cara de que ya lo había entendido todo.
—Porque a Iker le entregaste toda tu confianza durante nueve años completos. En cambio, con Fabián, desde el principio solo te animaste a confiar poquito, y él terminó decepcionándote.
—Ni siquiera alcanzaste a entregarte por completo, cuando él ya no quiso recibir nada.
Tomó un sorbo de café, levantó el dedo índice y lo movió dos veces, como si estuviera por revelar un gran misterio. Luego, sentenció:
—Al final, se trata de que con uno invertiste todo tu corazón, y con el otro, casi nada.
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