¡Por favor, sé mi pareja! romance Capítulo 95

Después de que Serena nos contó sobre los renegados, le di una habitación de invitados para que ella y su hija pudieran dormir. Le prometí que hablaríamos al respecto después de que hubiera descansado un poco de la terrible experiencia que había vivido. Su historia me desconcertó, me preguntaba por qué un hombre lobo, incluso uno tan despreciable como un renegado, querría la sangre de los miembros de una manada. ¿Qué estaban buscando? Los renegados no podían hacer nada con la sangre de los que habían matado, entonces ¿qué estaba pasando en realidad?

Me senté en silencio en la biblioteca de la manada, lejos de las miradas indiscretas de cualquier otro miembro mientras revisaba las páginas de unos libros antiguos sobre historia de la manada. Pensé que tenía que haber algo en estas historias que describiera lo que Serena había visto. Alguien tenía que haber visto renegados frenéticos con ojos blancos y en busca de sangre.

Después de buscar durante casi dos horas, mi lobo y yo estábamos tan frustrados como siempre.

“¡¡Ah!!”. Arrojé el libro que estaba leyendo contra la pared cerca de la puerta y las páginas se esparcieron por el impacto. Echaba mucho de menos a Riven. Ya nada me calmaba como ella podía hacerlo con un simple roce.

Todavía recordaba el día en que seguí su aroma fuera del territorio de la manada. La escena frente a mí me dio náuseas. Mi estómago se revolvió adolorido al sentir el olor de mi compañera mezclado con el de los renegados y la carne quemada porque no podía soportar la idea de que ella hubiera sufrido. Todo a mi alrededor había sido quemado hasta la muerte. Lo único que quedaba de pie era un poste de metal alto, que también había quedado de color negro.

“Lo siento”, susurró una suave voz y me trajo de vuelta a la realidad. Miré en dirección al sonido y me encontré con un par de ojos azules que me estaban observando. Era Zia, la pequeña que Serena había traído con ella.

“No fue mi intención interrumpirte”, dijo, aunque parecía no estar segura si debía entrometerse. Rodeé la mesa frente a mí con una pequeña sonrisa en mi rostro y me paré frente a ella. “No te preocupes”.

Asintió con timidez antes de volver a mirar el libro que había hecho añicos contra la pared. Su rostro se llenó de confusión y preguntó: “¿Por qué hiciste eso?”.

“Mmm”. No sabía cómo responder a su pregunta.

“¿El libro hizo algo malo?”, preguntó de nuevo. Era más que obvio que estaba confundida por mi comportamiento. Pasé mi mano por mi cabello por costumbre mientras pensaba en una manera de explicarle una reacción que no era fácil de explicar. Después de pensarlo un momento, me arrodillé frente a ella para estar a la altura de sus ojos. “Verás, el libro no hizo nada malo”.

“¿Entonces por qué lo rompiste?”.

“Estaba muy enojado conmigo mismo porque no puedo resolver un problema que tengo”, respondí.

“¿Qué problema?”. Su curiosidad me recordaba a mi compañera.

“El que me contó tu mamá sobre los renegados que llegaron a tu casa”.