Capítulo cien: El autor del secuestro
"Narra Sofía Galanis"
Abrí los ojos con extrema lentitud, intuyendo que la luz me haría daño si los abría de golpe. ¿Qué había pasado? ¿Dónde estaba?
'Mi bebé'
Miré la habitación decorada de blanco y adiviné que me encontraba en una cama de hospital. Mi primer instinto fue llevarme las manos al vientre.
Suspiré aliviada al acariciarme el bulto. Mi niña todavía estaba ahí, creciendo dentro de mí.
Miré en derredor y me encontré sola. ¿Por cuánto tiempo había estado inconsciente? ¿Y dónde estaba Apolo?
Tenía el leve recuerdo de que él me había salvado y había llegado hasta mí, pero ahora mismo no sabía si había pasado de verdad o de si lo había soñado.
'Eres tan afortunada, Sofia', me aplaudió una voz en mi interior mientras yo dejaba ver una burlona sonrisa al mismo tiempo que cerraba los ojos.
Entonces sentí aquella noche infernal tan lejana, tan irreal… como un sueño. Un sueño en el que el único protagonista era mi marido, el hombre que ahora entraba en la habitación y corría a abrazarme.
La intravenosa en mi brazo envió una ligera punzada a mi cuerpo y me quejé, lo cual alertó a mi marido y lo obligó a separarse de mí.
—¡Por todos los cielos! —exclamó con una sonrisa en el rostro. La misma sonrisa que me encandilaba y me hacía perder la razón—. Me has dado un buen susto, mi querida esposa. ¿Qué es lo que tienes que las locuras siempre te persiguen?
—No lo sé —quise encogerme de hombros en ese momento, pero me dolía todo y tenía los músculos agarrotados. Me moría por un baño caliente y mi cama de la mansión Galanis de Londres—. Tal vez debería cambiarme el nombre y ponerme Busca Problemas.
—¡Oh, Sofía! —Apolo me acarició la cara con las yemas de sus dedos. Tenía la mirada turbia y transparente al mismo tiempo, como si hubieran dos hombres dentro de un mismo cuerpo, luchando contra el otro por salir a la superficie… o tal vez por esconderse, no estaba segura. Mi marido pocas veces me dejaba verlo a través de su escudo de defensa—. Lo siento. Lo siento tanto.
—No es tu culpa —le hice saber porque al parecer él no se daba cuenta.
—Pero la discusión de antes… Si hubiera sabido lo que… yo quiero decirte que…
—Apolo —lo interrumpí de la manera más sutil que pude—, nuestra discusión no tiene nada que ver con el secuestro y por favor, no hablemos de ello, al menos por el momento. Es el último tema que me apetece tocar ahora mismo.
—Pero Sofía…
—Por favor —insistí—. Mejor dime si atrapaste a los secuestradores.
—¡Por favor! —mi voz fue casi una súplica—. No me escondas lo que sea que te ha puesto así. No más secretos, te lo pido por favor.
—Los maldit0s delincuentes no sueltan prenda, mis contactos no han logrado hallar nada. ¡Tengo a todo el país investigando el secuestro y nada! Es demasiado raro.
—Sí, demasiado raro —estuve de acuerdo.
—Lo que me lleva a una conclusión, algo que Fabio también ha conjeturado…
—¿Qué? —insistí en hacerle hablar, demasiado ansiosa.
—Que el autor intelectual de tu secuestro es alguien poderoso, alguien cercano a mí y a ti. Alguien de la familia o de los amigos más cercanos. Alguien que tenga acceso a información de primera, a nuestros horarios, a nuestros itinerarios, incluso al modus operandi de mi equipo de seguridad.
Tenía sentido y al procesar la información me entraron ganas de expulsar el almuerzo por la boca.
En momentos como estos entendía la actitud de Apolo y su forma de ser. Cuando eras un Galanis no se podía confiar en nadie.
—¡Apolo! —entonces una chispa en mi cerebro pareció prenderse y llamé su atención—. ¿Y si…? ¿Y si la persona que planeó el secuestro es la misma que me envió las fotos y reportajes de Natalia Gyros? ¿Y si todo esto es obra de una mujer ardida que quiere sacarme del medio?

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