Capítulo ciento tres: Zorra Asesina
"Narra Sofía Galanis"
La limusina me llevó hasta el restaurante.
Alguien del personal me condujo a un salón tan elegante y fríamente decorado como el resto del lugar.
—Sofia...
Me volví y vi que mi marido estaba en la puerta con un enorme ramo de flores, observándome. El corazón se me aceleró.
—Solo tengo que decirte unas cuantas cosas —añadió él al tiempo que me entregaba las flores.
—Entonces es mejor que me espere la limusina.
Él me condujo entonces a una habitación más reservada, a pesar de que en el restaurante no había más ningún cliente. Tal parecía que Apolo lo había reservado completo.
—Lo primero que quiero que sepas es que he renunciado a los hoteles de los Gyros. No voy a hacer trato alguno con ellos, sea cuál sea el costo.
Su declaración me dejó pasmada y sin nada coherente en la mente que decir.
—Pero… —tartamudeé completamente confundida—. ¡Tú querías esos hoteles! ¡Viniste a Grecia solo por ellos!
—Te equivocas, querida esposa —replicó al instante con una sonrisa ladeada—. Fue una de las razones, pero no la principal. Yo quería venir a Grecia, contigo, para que mi mujer conociera la tierra donde nací. Y sí, quería a esos hoteles… pero nunca más que a ti. A ti y a nuestra hija las quiero más que a nada en este mundo.
—Apolo…
—Ya todos están adentro —me interrumpió—. Solo faltamos nosotros.
Seis cabezas se volvieron y, con solo dos excepciones (mi suegro y para mí sorpresa Ciro Paladios), todos los rostros mostraron su descontento al verme.
Él señor Ezio pareció sorprendido y feliz. El señor Paladios, sonrió abiertamente. La señora Cassia, la madre de Apolo, se tensó. La idiota de Natalia Gyros se quedó helada mientras que su padre parecía más descolocado que yo, son saber qué rayos hacía allí. ¿Y Creta? Se quedó mirándome y luego sonrió brillantemente.
Yo recibí encantada el gran abrazo de mi suegro y, después de ser saludada más fríamente por los demás, tomé asiento a la mesa. ¿Cómo me iba a poder enfrentar a la Natalia sin ninguna prueba de que hubiera mentido? ¿Por qué iba ella a confesar cuando tenía tanto que perder? Mientras pensaba eso, Apolo empezó a hablar.
—Tengo algo que contarles a todos —dijo.
Entonces él les habló de los mensajes, revistas y fotos que había estado recibiendo yo.
El señor Ezio afirmó entonces:
—Algo muy desagradable.
—¡Pero yo no he sido! —saltó la susodicha en su defensa—. Tienes que creerme, Apolo! —se puso de pie tratando de alcanzar a mi marido con ojos de corderito y yo me puse tensa en el acto —. ¡Yo no hice nada!
—Tal vez no le enviaste las notas a Sofía —intercedió—. Pero sí infundiste las noticias falsas que publicó la prensa. No sólo pagaste para que las publicaran, sino que encima proporcionaste las fotos.
—¡En inglés! Por favor —ordenó Apolo—. El griego de mi mujer es muy primitivo y están hablando demasiado rápidamente para ella y es la que tiene más derecho a entender todo lo que se diga aquí. Y antes de que nadie se deje llevar por la necesidad de consolar a Creta, dejen que les cuente cómo lo ha organizado todo.
Por lo que dijo, la perra resbalosa había estado a bordo del yate con los padres de Apolo justo antes de que Apolo y yo viajáramos a Grecia. Encima le había pagado a una empleada del hotel en el que nos quedábamos de vez en cuando para que siguiera sus instrucciones. Entonces, Apolo le dio al padre de Creta el documento que tenía en la mano.
—La criada estuvo en contacto con Creta durante toda nuestra estancia aquí en Atenas. Creta voló hasta aquí contigo, Ciro, para reunirse con ella y darle las fotos. Eso fue visto por otro miembro de la tripulación. El reportero que le vendió las fotos a Creta ha querido identificarla. Las pruebas contra ella son incuestionables.
—¿Cómo has podido imaginar que yo sea capaz de hacer esas cosas tan horribles? —gimió Creta.
—Porque no fue lo único que hiciste, ¿cierto, Creta? —el tono amenazante y helado de mi marido me caló los huesos al punto de producirme un escalofrío. En el fondo, presentía lo que estaba por venir—. Fuiste tú todo el tiempo, la que provocó el accidente de coche, la que planeó y ordenó el secuestro de Sofía ¡y la que quiso matar a mi hija en el vientre de su madre!
—Creta… —todo el mundo emitió un jadeo ahogado, pero el que más me llegó al alma fue el de Ciro Paladios, que parecía que se le hubiera roto el corazón en pedazos—. ¿C…cómo… cómo pudiste…?
—Papá, yo ¡No tengo ni idea de lo que están hablando!
—¡Niégalo! —la voz de mi marido resonó en todo el lugar—. ¡Atrévete a negarlo en mi cara!
—¡Yo no fui! De seguro me tendieron una trampa. ¡Fuiste tú, ¿cierto?! —me señaló con un descaro que me dejó patidifusa. ¿Cómo se atrevía encima a culparme a mí?—. ¡Me odias y por eso me has inculpado! No le creas, Apolo. Probablemente ella fue la que hizo todo para deshacerse de tu hijo. ¡No te quiere, ¿no lo ves?! Es una trepadora.
No lo soporté más, mientras todos discutían entre todos me levanté en silencio para acercarme a la muy perra y sin más, le solté un guantazo en la cara.
A mí me encerrarían en la cárcel en una celda al lado de Creta Paladios, pero al menos hoy me daría el gustazo de partirle la madre a esa zorra asesina.
****Uy uy, nuestra Sofía se sublevó.*****

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