Capítulo ciento cuatro: Lo único a mi favor
"Narra Sofía Galanis"
Me le tiré encima a la zorra, la agarré por su pelo rubio oxigenado y tiré de él. Varios trataron de detenerme y solo mi marido pudo separarme de ella. Pude ver en mis manos que me llevaba hebras de cabello entre los dedos mientras la loca gritaba histérica.
—¡Sofía, cálmate! —Apolo me tomó de las mejillas mientras me acariciaba los mechones de pelo que me caían sobre la cara—. Por favor, tienes que calmarte. Puedes hacerle daño a la bebé
—¡Quiso matarla! —exclamé y las lágrimas comenzaron a salir de un momento a otro—. ¡A nuestra hija!
—Lo sé —me abrazó mientras yo lloraba a mares. Simplemente no podía controlar el llanto—. Lo sé. Ya no podrá tocarte jamás, lo prometo. Lo siento de verdad, Ciro, pero tuve que entregarle la evidencia a la policía. No podía dejar ese crimen impune… aunque me odies.
—No te odio, hijo —alcancé a escuchar al señor Paladios en medio de mis sollozos. Yo me sentía como cansada, como que no era dueña de los actos y la realidad se distorsionaba a mí alrededor. Me había equivocado, porque no había sido Natalia, sino Creta. Siempre había sido ella, desde el inicio, la diabla que quería eliminarme poseída por el delirio de quedarse con Apolo—. Has lo que tengas que hacer.
Después de eso no recuerdo mucho, solo que los gritos de Creta Paladios me retumbaban en los oídos una y otra vez.
Cuando desperté, estaba acostada sobre una cómoda cama que reconocí al instante como la de la suite del hotel. Apolo estaba frente mí, iba despeinado, sin corbata y con la ropa arrugada. Parecía preocupado y como si no hubiera dormido en cien años. Sin embargo, estaba tan imponente y guapo como el día en que le había visto por primera vez.
El corazón se me aceleró como siempre.
—Hola de nuevo —me sonrió, pero la sonrisa no le llegó a los ojos. No estaba bien, podía verlo.
—¿Qué pasó? —pregunté. El último recuerdo que tenía era de mí llorando en los brazos de Apolo—. ¿Cómo fue que me quedé dormida de repente?
—El médico dijo que tuviste una especie de brote emocional y perdiste toda tu energía. Nada que un buen sueño reparador no pudiera arreglar —se acercó a mi derecha para tomarme de la mano y besarme el dorso de la misma—. ¿Cómo te sientes?
—¿La verdad? Aliviada de que esa mujer esté fuera de nuestras vidas —respondí con sinceridad—. ¿Creta irá a la cárcel?
—Sí. Me da una pena tremenda con Ciro, pero esto no se lo puedo dejar pasar. Casi te mata.
—También me da pena el señor Paladios —estuve de acuerdo con el corazón encogido por el pobre anciano—. No merece la hija que tiene. Por favor, dime qué no tienes más ninguna ex amante o ex novia o lo que sea regada por ahí, Apolo. No creo que pueda soportarlo.
—Lo lamento, perdóname,. Sofía —dijo de pronto sin soltarme la mano—. Tenías razón. Debía haberme dado cuenta del verdadero rostro de ellas dos y no debí haber permitido que nada ni nadie se interpusiera entre nosotros. Me siento tan tonto, como nunca antes me habría sentido en mi jodida vida. No me puedo perdonar a mí mismo por haber sido tan estúpido. ¿Cómo podrás tú? Yo lo estropeé todo. Te hice daño a ti y en consecuencia, terminé haciéndome daño a mí mismo.
—Si me hubieras hablado de tu historia con Natalia, de que la volverías a ver por negocios y me hubieras advertido de los reportajes desde un principio, no habríamos discutido como lo hicimos, Apolo. No habría desconfiado de ti.
—Lo sé, no tienes idea de cuánto lo lamento y de cuánto me gustaría regresar el tiempo.
—Dañaste mi confianza en ti, la confianza mutua que debíamos tenernos, ¡Incluso mi autoestima! Cuando hablaste con ella en su fiesta frente a mí e hiciste como si yo no estuviste, me hiciste sentir insignificante.
—¡Ni siquiera me di cuenta! No sé por qué, ahora es que lo veo. Yo realmente me pasé con... —añadió él.
—Con tus irracionales pensamientos, tu actitud ególatra de que siempre tienes la razón y tú manera de tratarme frente a los demás. ¡Eres un bruto!
—Eso parece —volvió a encogerse de hombros—. Después de un matrimonio desastroso y dos décadas de separación, odiándose a muerte, me parece increíble.
—Bueno del odio al amor hay un solo paso y además, nunca es demasiado tarde para el amor.
—¿Eso significa que no es demasiado tarde para nosotros?
Me reí con los nervios a flor de piel.
—¿Sabes? Te amo tanto que me duele...
Me eché en sus brazos y eso le valió como respuesta.
Apolo me apretó tanto que casi no pude respirar.
—Pensaba decirte muchas otras cosas, pero cuando te he visto despertar, lo único que se me ha ocurrido en mi favor es que te amo.
—Todavía tienes mucho que demostrar. ¡No creas que te vas a librar tan fácil! —le hice saber—. Pero acepto tus disculpas.
Él quiso besarme y yo… se lo permití.
****Estos dos lo mismo me hacen perder la paciencia, que me hacen odiarlos que me hacen amarlos. Y hoy me he vuelto a enamorar.****

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Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¡CÁSATE CONMIGO! Tendrás a mi bebé.