Capítulo ciento siete: Nadie como yo
"Narra Sofía Galanis*
Sus deditos se pegan a mi piel en tanto su pequeña boca succiona con avidez y yo no puedo hacer otra cosa sino contemplarla embobada. Es tan hermosa, tan... perfecta.
—Lo es —escucho la voz de mi esposo y entonces, me doy cuenta de que he pensado en voz alta—. Es hermosa y perfecta... como tú.
Apolo se acerca a besar su cabecita y luego mis labios, para más tarde continuar observándola juntos. Así llevamos horas y creo que lo estaremos por otras más. Nuestros ojos simplemente no pueden apartarse de ella, de ser maravilloso que hemos creado juntos.
—Me cuesta creer que un ser tan puro y precioso haya venido de mí —declaro conmovida con unas silenciosas lágrimas asomando mis mejillas de manera repentina—. Es... es...
—Increíble —culmina la frase por mí, aunque presiento que esa palabra se queda corta para describir el montón de sensaciones que me corroen—. A mí también me lo parece. Hemos hecho magia juntos, querida esposa.
—¡Quién lo diría! ¿Eh, señor jefe griego amargado? —le respondo divertida antes de que sus labios tomen los míos.
Emito un pequeño gemido al sentir el deseo arrollador emergiendo desde lo más profundo de mis entrañas. Algo que él aprovecha para colar su lengua y saquear todo a su paso.
De repente hace mucho calor y el aire parece haberse escurrido de la habitación.
Un leve quejido infantil nos obliga a regresar a la realidad y el hambriento beso termina con un resoplido conjunto.
—Veinte días días —murmura mi esposo contra mis labios.
—Ya quedan menos —repongo, probablemente en las mismas condiciones que él. La frustración sexual parece estar acabando con los dos—. ¿Por qué no preparas la tina y nos damos un baño de espuma juntos?
—De acuerdo —concilia besándome una vez antes de alejarse—, aunque después tendré que darme una ducha bien fría.
—Por eso no te preocupes —intercedo al mismo tiempo que le guiño un ojo con picardía—, conozco muchas formas de bajar la calentura, querido esposo. Veremos qué podemos hacer cuando nuestra hija se duerma.
Desvío la mirada hacia mi vientre y pese a que me gusta haber vuelto a la delgadez de antes, todavía me siento rara al no ver el enorme bulto. Mi estómago ahora es una bebé tragona de cabello azabache y ojos azules prusia, los cuales tengo la certeza de que aclararán hasta tener el tono brillante de su padre.
La chica reflejada en el espejo me devuelve la mirada llena de orgullo. No me avergüenza reconocer que luzco hermosa, sensual y segura de mí misma; una mujer digna de ser la esposa de Apolo Galanis; pero sobre todo, una mujer feliz.
—Por más que te mires —mi marido aparece a mi espalda y sin previo aviso, pellizca la piel de mi cuello con sus dientes de una manera muy sutil y ardiente—, no vas a superarme.
—¿En belleza? —inquiero medio nerviosa. Así me siento cada vez que me vuelvo presa de la excitación.
—No —ríe demasiado divertido para mi gusto—, en eso no tienes competencia —es evidente que no coincido con su criterio, pero no digo nada para dejarle continuar—. Me refiero al amor. No importa cuánto te quieras a ti misma, nunca llegarás a igualar el amor que yo siento por ti.
Los labios me tiemblan de pronto y cierro los ojos al mismo tiempo que me recuesto a su torso desnudo para combatir la sensación de desvanecimiento.
»Te amo, querida esposa —me remata con esas palabras, expandiendo el agujero negro en mi estómago—. Y puedes dar por sentado que jamás nadie te amará jamás como yo, ni tú amarás a otro que no sea yo.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¡CÁSATE CONMIGO! Tendrás a mi bebé.