Entrar Via

¡CÁSATE CONMIGO! Tendrás a mi bebé. romance Capítulo 51

Capítulo cincuenta y uno: El regalo perfecto para Apolo

"Narra Sofía Galanis"

Pagué las compras, me cargué de infinidad de bolsas y decidí dejar la culpabilidad a un lado. Hacía siglos que no me gastaba dinero en ropa, siglos sin ocuparme de mí misma. En cualquier caso ya no tenía que preocuparme por el dinero.

Me fijé en una fila de corbatas y pasé la mano por ellas. La seda era tan dura que las corbatas casi ni se movieron, pero una en particular me llamó la atención, un color azul zafiro que hacía juego con los ojos de Apolo. En su simplicidad radicaba su belleza, y decidí comprarla, culpándome más tarde por no haberme fijado en el precio. La dependienta la envolvió en infinidad de papel para luego meterla en una bolsa plateada, usando casi medio bosque. Tanto papel tendría que significar que era cara.

Lo era.

La mirada de asombro que despertó entre el personal del hotel al llegar a recepción me hizo sonreír. Sin duda esperaban que la mujer del magnífico kýrios Galanis apareciese seguida de multitud de ayudantes que llevasen los frutos de su labor.

—El señor Galanis volverá enseguida —dijo Dorian—. Mientras tanto me ha pedido que me asegure de que está todo a su gusto. ¿Quiere que le mande al jefe de cocineros a su habitación? Podrá decirle él mismo el menú. El señor Galanis dijo que usted encontraba la comida excelente.

—No será necesario, Dorian —dije con seguridad—. Tengo todo lo que necesito aquí mismo.

Incluso la cara impasible del conserje desapareció momentáneamente al tomar una de mis bolsas mientras chasqueaba los dedos para pedir ayuda. Sin duda el olor del pan recién hecho y el tintineo de las botellas estaban fuera de lugar en algún sitio que no fuera el impresionante comedor del hotel, pero Dorian se recuperó enseguida.

—¿Hay algo que necesite, señora? ¿Cualquier cosa?

—Un mantel de picnic —pedí observando su reacción de cerca, pero en esa ocasión ni me inmuté.

—Por supuesto, señora. Haré que se lo manden a la habitación de inmediato.

Como había dicho Dorian, la manta llegó a la habitación antes de que yo hubiese tenido tiempo de quitarme los zapatos. Despedí al empleado, convenciéndole de que era perfectamente capaz de desempaquetar mis compras, y me dispuse a preparar la habitación, extendiendo el mantel, cortando el pan en rebanadas, preparando los quesos y frutos secos delicadamente, sonriendo para mí misma al comprobar la perspicacia de Dorian. Pues dos camareras llamaron discretamente a la puerta, trayendo consigo una cubitera y enormes candelabros.

Evidentemente Dorian era un romántico.

—¿Qué es todo esto? —preguntó Apolo sorprendido al entrar en la habitación, antes de mirarme perplejo.

—Cena en Londres —dijo ella suavemente—. Al estilo Sofía.

Me senté en el suelo decidida y, tras un momento de duda, Apolo se quitó la chaqueta y los zapatos y se unió a mí. Estaba incómodo al principio, pero luego se aflojó la corbata y aceptó el vino barato que yo le ofrecí mientras yo bebía agua mineral.

—Está muy bueno —dijo poniendo una mueca—. ¿De dónde lo has sacado?

—¿Te das cuenta de que éste es el primer regalo de verdad que me hace una mujer?

—Oh, venga —bufé riendo nerviosa—. La mesa de tu vestidor está llena de gemelos de Tiffany y cosas que sólo una mujer elegiría. Estoy segura de que una corbata es lo menor en una lista de memorables regalos.

—Éste es el único que recordaré —dijo él—. Sí, muchas mujeres me han regalado cosas, sin duda se han dejado el dinero muchas veces, y puede que lo haya recordado durante un tiempo. Sin embargo, el sentimiento del regalo desaparece cuando se carga en tu tarjeta de crédito.

Se calló y siguió palpando el tejido de la corbata, y por primera vez desde que nos habíamos conocido, sentí algo parecido a pena por él. Algo en su voz me hizo apreciar la soledad y me imaginé lo duro que debía de ser para él a veces. Lo duro que debía de ser cuando cada amistad, cada relación, profesional o personal, estaba dictaminada por la cuenta bancaria. Era el precio que pagaba por la adulación.

—Y ésta es una noche que también recordaré —dijo él mirando el mantel, cada alimento que había elegido cuidadosamente, cada sabor estaba lleno de recuerdos, recientes y antiguos—. Sofia, hay algo que necesito decirte, algo de lo que tenemos que hablar.

Se me aceleró la respiración, se me agarrotó la garganta y me sentí desvanecer cuando él colocó su mano sobre la mía. Podía sentir la inseguridad en su voz.

—No he sido del todo sincero contigo.

Fue como el hacha del verdugo. Me latía el corazón con tal fuerza que estaba segura de que él podía oírlo. La confrontación que había estado buscando por fin había llegado, pero de pronto sentí que la verdad no era algo que quisiera escuchar. No si significaba el final, no si implicaba la única cosa que no podría olvidar ni perdonar.

—¡Creta!

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¡CÁSATE CONMIGO! Tendrás a mi bebé.