Capítulo cincuenta y tres: Más adictivo que cualquier droga
“Narra Sofia Galanis”
Si hubiera tenido un pijama enterizo me lo hubiera puesto. De hecho, sin duda me habría vestido para dormir abotonada hasta el cuello con un camisón victoriano. A juzgar por la indignación de Apolo, si hubiera tenido un par de pijamas los habrían llevado puestos.
Sin embargo, tuvimos que tumbarnos cada uno en el lado contrario de la cama. Yo estaba casi al borde del colchón en un esfuerzo por no tocarlo, concentrada en ser la primera que se quedara dormida.
Perdí el juego.
Por mucho que quisiera creer que estaba fingiendo, Apolo parecía haber entrado en el más profundo de los sueños, con cada ronquido enfureciéndome un poco más. Quería golpearlo en las costillas, preguntar cómo era posible que se hubiese quedado dormido cuando había tantas preguntas por contestar, tantas cosas sin decir.
Sentí su mano deslizándose sobre la cama para tocarme. Sin embargo, no quería que me tocara, no quería dejarme llevar por su tacto. La pelea que habíamos tenido hacía unas horas había que arreglarla cara a cara, no en la cama. Me acercó a él, incluso durmiendo la atracción que generaban era evidente, no se podía negar. Apolo se enroscó a mi cuerpo y yo me quedé ahí, quieta, preguntándome cómo explicarle a aquel hombre lo que yo ni siquiera comprendía. Que mi cuerpo ardía de deseo hacia él, que incluso quedándome quieta como una piedra, él despertaba todas mis sensaciones, que cada fibra de mi cuerpo gritaba por él, por todo él, no por esa media vida que nos habíamos inventado, con aquel matrimonio sin compromiso.
Sentí contra mi muslo la respuesta de su cuerpo hacia mi cercanía. Una mano casi imperceptible se plantó en mi estómago y, con un murmullo inaudible, sus dedos fueron subiendo hasta copar mis pech0s.
Aquello me dolió.
Me moví ligeramente y lo oí protestar con un gemido, pero la horrible pregunta que me había rondado por la cabeza regresó de nuevo, con más fuerza esa vez, y no importaba lo mucho que yo quisiera ignorarla, pues era una pregunta que exigía respuesta, que exigía de mí que me enfrentara y que dejara de ignorar las cosas.
—¿Sofia? —dijo él con un gemido muy bajo, e hizo que me detuviera un instante mientras me disponía a salir de la cama.
—Voy al baño —susurré—. Vuelve a dormirte.
¿Pero entonces, después qué?
—¡Apolo, no! —exclamé tensándome al momento y viendo cómo él se apartaba. Ya lo echaba de menos y deseaba no haber dicho esas dos palabras, o aunque fuese que no las hubiera dicho con esa brusquedad—. Quiero decir que... —me detuve sorprendida al ver el dolor en los ojos de mi marido—. La verdad es que sí que tengo que ir al baño.
—Capto el mensaje. Puede que el inglés no sea mi idioma natal, pero creo que lo has dejado muy clarito —entonces se encogió de hombros con indifirencia, como si estuviera pasando nada importante—. Tú te lo pierdes. ¡Y luego me reclama spor amantes?
Me encerré en el baño de la suite por horas. Le quería, amaba a mi marido con todo mi ser, por muy tóxico que fuera. Sin embargo, justo esa noche no podía dejar que me hiciera el amor, no cuando era más consciente que nunca de que el sentimiento no era mutuo.
<<¿Quieres que te diga que te quiero, Sofia?>>, sus palabras volvieron a clvarse en mi pech0 como una estaca con filo de acero. Era demasiado que asimilar, demasiado pronto para confesarle a él que yo sí lo amaba y además, muy terrorífico.

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