Capítulo cincuenta y cinco: Intento de reconciliación
“Narra Sofia Galanis”
No me daría por vencida, decidí. Haría las pases con mi marido.
—¿Señora? —el mayordomo me recibió cuando llegué a la casa—. El señor Galanis ha llamado por teléfono mientras usted estaba fuera. Estará aquí por la noche. Y la señora Cassia ha dejado dicho que no vendrá a dormir esta noche.
—Gracias, Robert —seguí mi camino, pero entonces… decidí darme la vuelta y regresé sobre mis pasos—. Robert, quiero darle la noche libre al personal.
—¿Perdone, señora?
—Como lo ha oído —no retrocedí en mi idea, ni siquiera la ver la cara estupefacta del anciano—. Quiero la casa sola sin personal de servicio.
—Pero, señora…
—Los guardias de seguridad se quedarán para cuidar la casa.
Imité a mi marido, arqueando las cejas como tantas veces le había visto y al parecer dio resultado, porque el hombre asintió y se marchó con la cabeza baja.
Me pasé el día encerrada el estudio, dibujando pinturas abstractas, puesto que no me salía otra cosa. Mi arte estaba tan congestionada como mi mente. Y en la tarde quise meterme en la cocina y hacer la cena yo misma. Fuera una buena distracción.
Los medios de transporte de Apolo tenían sus ventajas.
El sonido del helicóptero acercándose me dio tiempo de hacer una comprobación final. Encendí las velas y luego el reproductor de música y deseé que el hecho de que La Bohéme de Puccini estuviese al comienzo de la pila significara que era de los favoritos de Apolo. Me coloqué junto a la chimenea y comprobé mi aspecto por decimocuarta vez.
Un baño caliente y el fuego que había encendido hicieron que se me pusieran las mejillas rojas, algo nada familiar en esos días. Me brillaba el pelo, recogido en lo alto de la cabeza, y me había puesto algo de pintalabios para resaltar mi boca. El vestido rosa claro de cachemire resaltaba mi busto y acentuaba mi figura cambiada por el embarazo. Las luces del helicóptero inundaron el salón. Las náuseas, tan presentes aquellos días, estaban ausentes, sólo el fuerte latido de mi corazón le recordaba lo que iba a pasar.
Aqui iba mi intento de reconciliación…
—¿Dónde está Robert?
No fue exactamente el más romántico de los saludos, pero dada la frialdad de mi despedida por la mañana, no podía culparlo. Casi sin tocar mis mejillas con un beso, Apolo se dirigió al recibidor y yo lo seguí. Aquel estado de enfado que tenía lo hacía incluso más deseable y hacía que fuese más imperativo hablar con él..
—Le he dado la noche libre —respondí mientras Apolo tiraba su chaqueta sobre el sofá—. A todo el personal de hecho. Tu madre no vendrá a dormir y pensé que sería agradable pasar algo de tiempo solos.
Sus palabras fueron como una bofetada, pero en vez de acallar su ira, la aumentaron más.
—Bueno, quizá debería tener más cuidado de a quién contrata, señor Galanis —respondí, con el mismo odio en la mirada que él, con la barbilla levantada de forma desafiante—. Por ahora no pareces tener una buena marca.
—Oh, ¿Acaso te refieres a tu querido Archie? —preguntó él fríamente, y supe que la discusión había llegado a territorio prohibido—. ¿Crees que él habría pasado por esto? ¿Con una mujer como un alma en pena, caminando por la casa casi sin hablar y haciéndose la dormida por las noches? —insinuó y me sonrió maliciosamente—. ¿Te crees que no sé cuando finges?
—¡Al menos, sabía en qué punto estaba con él! —exclamé, arrepintiéndome al instante. Ni siquiera sabía por qué estábamos hablando de alguien que ya estaba en el pasado.
—¿He de recordarte que ese hombre no sólo te engañó y se casó con tu hermana, sino que escogió el dinero por encima de ti? —dijo él estampando el vaso contra el suelo—. Nunca te he tratado con algo que no fuese respeto. ¿Alguna vez te he forzado? ¿Te he obligado cuando era evidente que no querías acostarte conmigo? Y tienes la... la... —chasqueó los dedos furioso mientras buscaba la palabra—. Tienes la...
—Osadía, creo que es la palabra que buscas —grité, sabiendo que aquello desembocaría en más pelea, en una pelea que ni siquiera estaba segura de querer tener. Sin embargo, estaba demasiado furiosa como para importarme. Esa noche tendría que haber sido perfecta, y sin embargo estabamos ahí, lanzándonos insultos que nunca se podrían retirar—. Sí, Apolo. ¡Tengo la osadía de esperar que mi marido comprenda que a lo mejor no me siento bien, que a lo mejor hay una razón y que la respete, en vez de irse corriendo a la cama de otra mujer!
Apolo cerró los ojos, con la cara totalmente tensa. Luego los abrió de nuevo y por un segundo, el dolor que pude ver en ellos me inundó por dentro. Sin embargo, las palabras que siguieron fueron directamente al corazón, una puñalada mortífera mucho peores de lo que jamás podría haberme imaginado.
—Al menos sé que ella me desea.
*****Ya la volvió a cagar el hombre. ¡Dios! ¿por qué será tan bruto?*****

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