Capítulo cincuenta y siete: Relación de tres
“Narra Sofia Galanis”
—¡Oh, Dios mío! —exclamé de pronto mientras me sentaba en el sofá—. ¿Cómo está?
—Creta me contó esta mañana que su padre tenía un dolor en el pecho y le preocupaba. Pues era su corazón. Se lo han llevado al hospital de Oxford, al mejor, pero casi se muere en el camino. Han conseguido reanimarlo, pero está muy mal. Creta está fatal y mi madre ni se diga.
Estuve a punto de dar una respuesta totalmente fuera de lugar, pero me contuve. Ciro Paladios era un amigo íntimo de la familia Galanos, lo último que necesitaba en ese momento era algún comentario sarcástico sobre su hija. Aun así yo no estaba muy convencida de que Creta estuviese tan mal. A esa víbora no podía creerla nada, por muy cruel e insensible que pareciera.
—Tengo que irme.
—¿Con Creta? —pregunté, incapaz de entender lo que decía y rezando para haberlo malinterpretado.
—Está fatal. Está sola en la infermería, aunque mi madre va en camino. No podría decirle que no. Ven conmigo.
Al instante negué con la cabeza. Las palabras “enfermería del Hospital de Oxford” me produjo escalofríos. Las imágenes de la muerte de mi madre venían a mi mente cada vez que pisaba una. Mi madre había muerto en un accidente de tráfico cuando yo tenía doce años y yo estaba con ella mientras su ex marido, mi padre, no atendía a las tantas llamadas que le hacía para que fuera a nuestro encuentro.
—No puedo.
—¿No puedes o no quieres?
—Ahí murió mi madre, Apolo.
—Oh, Sofia —dijo gentilmente con una expresión extraña que pocas veces le había visto mostrar—. No lo sabía. Pero entonces eso quiere decir que, tú más que nadie, has de comprender cómo se siente Creta. Seguro que entiendes por qué quiere que vaya.
Sin embargo, yo no lo comprendía. El papel de mujer indefensa era uno que no había jugado nunca.
¿Por qué no podía Creta tomar un taxi?
—Seguro que tiene algún familiar, o amigos…. Tu madre está en camino, ¿no? ¿Por qué tienes que ser tú?
—Porque siempre soy yo —dijo él con amargura—. Cualquier cosa que ocurre con la familia Paladios es a mí a quien llaman —añadió, y me tomó ambas manos, como obligándome a que lo comprendiera—. Si estuvieras tú en el hospital Ciro haría lo mismo. No esperaría menos de él, y no puedo dejarlo tirado.
—En cambio a mí sí puedes dejarme tirada. —le señalé celosa. Vi la resignación en su cara, pero aun así no pude detenerme. Esa noche lo era todo. Esa noche había mucho que quería y necesitaba decir. Sin embargo, Creta chasqueaba los dedos y Apolo iba corriendo—. Acabamos de hacer el amor, Apolo. Hay cosas de las que necesito hablar.
—No confundas hacer el amor con el sexo, querida esposa. ¡Pero, ¿cómo puedes ser tan egoísta?! —exclamó él moviendo la cabeza—. ¿Sabes? Casi siento pena por ti. Parece que tienes dos años. Una y otra vez te digo que se ha acabado. No hay nada entre ella y yo.
—Tal vez por tu parte, pero no por el suyo. Ella está enamorada de ti y lo sabes. ¡Me lo echó en cara y me falto el respeto!
—¡Cometió un error! Ella sabe que se ha acabado entre nosotros. ¡Estoy casado contigo y ella lo respeta! ¿Acaso no ha intentado ser tu amiga? ¿No ha llamado varias veces para tomar el té? Dices que estás sola y que no tienes a nadie con quien hablar, pero cuando alguien te tiende la mano la rechazas.
—Sin cambios —respondió él—. Sólo he podido verlo un momento. El médico dijo que debía descansar.
—Pero…
Me incorporé y lo miré confusa. Jamás lo había visto tan guapo. La barba incipiente de las cinco de la mañana oscurecía su barbilla, enfatizando sus pómulos. Su pelo tenía copos de nieve encima y yo ansié poder alzar la mano y tocar su cara, ansié poder meter su cuerpo helado dentro de la cama, besarlo. Sin embargo, por muy guapo que estuviese nunca había parecido tan inaccesible.
Tratando de sacar la voz y decir cada palabra sin parecer celosa, hablé de nuevo.
—Has estado fuera seis horas.
—Se ha reunido toda la familia preocupados por Ciro —dijo mirándola desafiante—. Creta está fatal
—Y, claro, tú tenías que reconfortarla —me burlé.
Esa noche debería haber sido especial. Debería haber ido de bebés, de planes y de avanzar hacia delante. Sin embargo Creta había vuelto a interponerse entre nosotros. La sombra de Creta había vuelto a oscurecer la puerta de este matrimonio. Y siendo honesta, estaba harta de esta relación de tres.
—De hecho —dijo él con frialdad—, tal y como han salido las cosas, fue ella la que acabó reconfortándome. Ciro ha sido como un segundo padre para mí, es el único amigo de mi padre. El verlo ahí, tan mayor y tan débil, realmente me afectó de manera inesperada y mi propio padre lo comprendió. Incluso Creta… al contrario de mi propia mujer.
No pronuncié ni una sola palabra, simplemente me levanté de la cama y me marché de la habitación tras dar un portazo que resonó en toda la casa. Esa noche dormiría en la habitación de invitados.

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