***Para las que leyeron el capítulo anterior con errores ya está corregido***
Capítulo sesenta y dos: Sí te quiero
“Narra Sofia Galanis”
Corrí por las calles mientras lloraba, pero no me importaban las miradas de la gente. No tenía ningún plan, ninguna dirección, sólo la necesidad agobiante de espacio, de distancia. Tomé aire en los pulmones y sentí la nieve en mi caraa.
Me llevé las manos al estómago al notar que el dolor retornaba. Sentí entonces que la ciudad de Londres iba a cobrarse otra víctima, que el bebé que casi acababa de engendrar estaba a punto de ser su última víctima.
Me hundí en el suelo y todo lo que podía oír era la voz de mi madre, mientras registraba el horror en las caras de los peatones, y escuchaba en la distancia sus caóticos gritos, las sirenas acercándose.
—Ya no quiero soñar más, mamá —murmuré, me parecía que delirando—. Se me han roto todos los sueños que tenía.
Los auxiliares sanitarios no me entendieron. En vez de eso me metieron en la ambulancia.
Me quedé allí, medio inconsciente. Creí escuchar la voz de Apolo y en medio de mi delirio creí que sonreía. Aquello me daba la magnitud de mi estado de gravedad, imaginándolo allí a mi lado sabiendo que era imposible. Que el jamás correría detrás de mí.
Nada podría hacerme más daño. Ni siquiera la señales de Emergencia mientras me conducían por los pasillos de lo que parecía un hospital. La máscara de oxígeno tenía un olor curioso, y el suero molestaba un poco, pero tal era mi pena, tal era mi pérdida que ni siquiera me importaba.
Ya nada importaba.
Todo se volvió negro.
<<¿Por qué nos hiciste esto?>>
Fue el primer pensamiento que se me vino a la cabeza cuando abrí los ojos y vi a Apolo.
Luego, me recriminé una y otra vez lo estúpida que había sido.
<
Sentía la urgente necesidad de cerrar los ojos de nuevo y dejar de pensar.
Él estaba sentado junto a la cama, dormido, pero aun así no parecía relajado. Tenía los músculos tensos y la barbilla oscurecida por la barba, una barba tan oscura como la noche, como las sombras que tenía bajo los ojos. Miré hacia abajo y vi que tenía agarrada mi mano, con sus dedos evitando tocar la aguja del suero.
La cinta del hospital que cubría mi anillo parecía estar destinada a estar allí.
Ocultando la unión que jamás debería haber existido.
Era tan guapo como la primera vez que había puesto mis ojos en él, sólo unas cuantas semanas antes, sólo que en ese momento había mucho más entre nosotros. Un matrimonio por un contrato sin valor alguno y un dolor donde debería haber estado mi corazón.
Sin embargo, pese a lo que le había dicho, no me arrepentía.
En algún lugar de mi interior, aún trataba de justificar el dolor inflingido. La felicidad que había encontrado en sus brazos, la calidez que me había rodeado cuando sus ojos habían bajado la guardia, cuando sus fuertes brazos me habían sostenido como un hombre debería sostener a una mujer, el pensamiento de que Apolo podía hacerlo todo bien.
<
—Desde que Creta y yo rompimos no me he acostado con ella.
—Ahórratelo, Apolo —dije apretando el botón. Sin embargo, aquello era un dolor que ninguna droga podría curar, una agonía que la medicina moderna nunca sanaría. La cura para un corazón roto era tan evasiva como la del resfriado común, y la enfermedad probablemente igual de predominante—. Los vi. Los pillé, no trates de negarlo. Tus empleados lo sabían. A Dorian casi le dio un infarto por tener que correr para avisarte de que tu mujercita estaba de camino, ¿y aun así tienes la decencia de sentarte aquí y decirme que no te has acostado con ella?
Por primera vez Apolo no se enfadó, no se unió a mi furia. En vez de eso me quitó el interruptor de la mano, y luego me agarró con sus dedos.
—Necesitas estar despierta para esto, Sofia. Vas a escucharme y a creerme. He sido un ingenuo —dijo él, y yo lo miré al escucharlo decir semejante cosa siendo un hombre tan seguro de sí mismo—. Hasta que te conocí nunca había estado celoso en toda mi vida. Era un sentimiento que nunca había tenido hasta que apareciste tú. Cuando pensaba en ti y en el crápula de Archibald Princeton sentía un asco interior que ni siquiera reconocía. No sabía que lo que experimentaba eran celos. Los mismos celos que sentía Creta. Y, por lo que yo he experimentado, puedo entender por qué has hecho cosas tan extrañas. Creta pensó que si le decía a la gente que aún estábamos juntos, que si la suficiente gente se lo creía, entonces ocurriría de verdad. Lo organizó todo hasta el último detalle. Se encargó de separarnos lo suficiente para que hubiera dudas entre nosotros y luego se abalanzó como un buitre sobre su presa. Sin embargo, nunca me habría acostado con ella, nunca. Al llegar a la habitación del hotel, furioso, me di cuenta de lo acertada que habías estado, de lo calculadora que había sido Creta desde el principio. Le dije que se fuera, pero se negó a aceptarlo, siguió lanzándose sobre mí, rogándome que me lo pensara. Entonces fue cuando entraste.
Deseaba con todas mis fuerzas creerlo, pero estaba demasiado asustada para aceptar aquella historia, que todo podía ser tan simple.
—Debería odiar a Creta, pero no lo hago —admitió Apolo—. Me da pena, más exactamente, entiendo sus motivos. Entiendo cómo los celos pueden hacerte hacer cosas extrañas. Cómo puede dejar de lado la razón para actuar por impulsos.
—Lo que sientas o no por ella me importa un comino, Apolo.
—¿Y qué hay de lo que siento por ti?
—¡Por favor! Has sido claro desde un principio. Yo me he tardado en entenderlo, pero lo he hecho. No soy más que la extraña que apareció frente a tus ojos por una trampa y que terminó embarazada de…
No pude decirlo. No pude decirle que ese niño ya no existía.
—Pero… yo sí te quiero, Sofia.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¡CÁSATE CONMIGO! Tendrás a mi bebé.