Capítulo sesenta y siete: Coqueteos y reconquistas
"Narra Apolo Galanis"
Sofía se quedó en silencio y ésa fue la respuesta. Yo estaba a punto de explotar de deseo mientras ella, evidentemente, me veía como un mentiroso. Claro que yo le había dado motivos, pero aun así… Lo que no me gustaba era perder el tiempo dándole mil vueltas a todo.
—¿Por qué crees que tengo una alianza en el bolsillo?
—¿Otra alianza? —arqueó las cejas con mala cara.
—Sí, otra alianza. Te daré cientos de ellas si es necesario. Quiero que renovemos nuestros votos matrimoniales.
—La primera vez que estuvimos juntos quisiste casarte conmigo porque era «lo que debías hacer». Y quiero que entiendas que esta vez es diferente.
—Tú y yo estamos enamorados, querida esposa. Fue a primera vista, aunque me negara a admitirlo y lo sabes. Lo sabías mucho antes que yo.
—¿Enamorados? —Sofía tropezó y yo la tuve que sujetar del brazo—. No esperaba que entendieras tan bien la diferencia entre antes y ahora.
—¿Querías que luchase por ti?
Claro que eso era lo que estaba haciendo, aunque ella no lo supiera todavía.
—No, claro que no —Sofía se apartó el pelo de la cara—. Sólo pensé que con el niño... no sé qué pensé, la verdad. Pero no entiendo por qué sigues mostrándote tan grosero con el profesor Haynes. Solo es el decano de la universidad que tú me recomendaste. Tal ves mi jefe en unas semanas.
¿Decano y jefe? No dudaba que el hombre quisiera ser mucho más que eso. ¿Qué querría Sofía?
—¿Piensas salir con él? Sólo lo pregunto por curiosidad.
—Pienso tener y criar a nuestro hijo —contestó ella.
—Las mujeres embarazadas también salen con gente. Y tú eres una de las mujeres embarazadas más guapas del planeta.
—Estás coqueteando otra vez.
—No, sólo estoy diciendo la verdad.
Y, por esta tarde, seguramente no debería decir nada más. Era hora de dar un estratégico paso atrás para conseguir mi objetivo: que volviera a ser mi esposa en todos los sentidos.
—Sigues siendo mi esposa, Sofía y yo te quiero.
—Apolo…
—¡Te quiero, maldit@ sea! Que no quieras escucharlo no hará desparecer el sentimiento.
Sofía se detuvo.
—¿No vas a volver a incordiarme con lo del profesor? —ella cambió de tema con rapidez.
En cualquier otro momento, yo lo habría hecho, pero el objetivo ahora era congraciarme con ella.
—Haré lo que pueda para esconder mis tendencias cavernícolas.
Ella soltó una carcajada y yo la miré, sorprendido.
Ella abrió mucho los ojos, sorprendida.
—Sí, en fin... tengo que ir con tus padres.
—Y yo regresar a la oficina. Volveré en la noche. ¿No me acompañas a la puerta?
—Lo dirás de broma.
—Si me dejas tirado aquí, me sentiré utilizado.
—Apolo... —Sofía intentó enfadarse, pero no pudo disimular una sonrisa.
—Eso sí era un coqueteo —suspiré entregándole sus zapatos.
—Y lo haces muy bien.
—Gracias. Volveré en la noche.
—Hasta la noche entonces, Apolo —Sofía se inclinó para acariciar al perro, ofreciéndome una torturante panorámica del escote de su blusa y después se dio media vuelta para entrar en el salón.
Verla alejarse moviendo las caderas era otra tortura.
Suspirando, me subí al auto, tomé la llave entre las manos para encenderlo y...
Un grito espantoso rompió el silencio. Era mi mujer.

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