Entrar Via

¡CÁSATE CONMIGO! Tendrás a mi bebé. romance Capítulo 68

Capítulo sesenta y ocho: Me voy de la casa

"Narra Sofía Galanis"

Me dolía. ¡Joder, cómo dolía!

Estaba saltando a la pata coja cuando Apolo llegó a mi lado.

—!¿Qué pasa?! —parecía más desquiciado que yo adolorida—. ¿Es el niño?

Me agarré a sus hombros, intentando resistir la tentación de apoyar la cara en su cuello.

—No es nada. Me ha picado algo en el pie derecho.

Apolo me llevó en brazos hasta el borde de la piscina y luego metió mi pie en el agua fresca durante unos segundos antes de sacarlo para examinar la picadura, volviéndolo de un lado y después de otro para estudiar la marca roja en el tobillo.

—Vamos adentro. Te pondré una pomada para las picaduras.

Pero yo no pensaba volver a entrar en casa entre sus brazos. Especialmente ese día, cuando los recuerdos me tenían debilitada.

—No es nada. Ya se me está pasando el dolor y el agua ayuda mucho —murmuré, volviendo a meter el pie en la piscina—. Si me quedo aquí unos minutos, se me pasará.

Apolo paseó la vista de la entrada de la casa a mi rostro. Y, de repente, se quitó los zapatos para meter los pies en el agua junto conmigo.

Me quedé de piedra en el acto.

¿Quién era aquel hombre y qué había hecho con mi adusto marido?

Nuestras piernas se rozaban y yo sentí algo que no tenía nada que ver con la picadura del bicho y sí con el hombre que tenía a mi lado.

Maldit0 fuera por recordarme cosas que me habían gustado tanto de él, por recordarme momentos felices. Claro que no era culpa de Apolo. Yo había sido débil con aquel hombre desde que amanecí hacía meses en su cama.

Él me tomó del hombro, apretándome contra su pecho, anclándome allí con la presión de su mano. Y simplemente dejé escapar un gemido cuando inclinó la cabeza para besar mi cuello, mi barbilla, mis pómulos... antes de buscar mis labios.

—¡Dios mío! —grité, cuando la perrita se metió entre los dos—. Eres un pequeño travieso, ¿eh? Creo que te llamaré así —le sonreí al animalito mientras evitaba a toda costa mirar a mí marido.

—Lo que me faltaba —le escuché bufar con fastidio—. Ahora tendré que competir contra un perro por tu atención.

—Tú mismo me lo has regalado —le señalé, todavía sin alzar la vista y mirarle—. Así que no te quejes.

—Ya me estoy arrepintiendo —murmuró y no me cabía duda de que estaba siendo sincero.

Entonces, me dejé caer sobre él, con el alivio y la pena luchando en el centro de mi pecho.

—Travieso acaba de evitar que cometiéramos un error —susurré entonces.

Apolo ni confirmó ni negó este hecho; sencillamente me miró. Y en sus ojos vi el brillo que sólo veía cuando estábamos haciendo el amor. Pero, aunque me daba cierta pena, sabía que había sido lo mejor. Si volvíamos a besarnos, lo seguiría a cualquier parte. De hecho, ardiendo de deseo, prácticamente salí corriendo hacia el interior de la casa a encerrarme en mi habitación en lo que me calmaba. Perdí la noción del tiempo.

Abrí la nevera, la lucecita rompiendo la oscuridad, y saqué un contenedor de comida que me habían traído del restaurante del hotel.

Apoyado en la encimera, saqué una chuleta fría del contenedor y, después de comérmela, le tiri el hueso al cachorro. Seguí comiendo más por costumbre que por apetito, sin dejar de pensar en la foto de la ecografía que llevaba en el bolsillo.

—Un poco diferente a como eran antes las cosas, ¿no? —sonreí, mirando al animalito.

Tirando el resto de las chuletas a la basura, busqué un buen recuerdo que reemplazara a la pesadilla. Sí no no podría dormir.

Mi matrimonio tampoco había sido lo que yo había previsto…

No, no quería pensar en eso. La vida era así, cambiaba de dirección y uno tenía que aceptarlo. Pero había un niño en camino y no pensaba ser un padre a distancia.

Y no pensaba dejar que algún tipo como Brenton Haynes tuviera siquiera una pequeña oportunidad de quedarse con mi mujer, ni mucho menos de educar a mi hijo.

Los dos eran míos, solo míos y era capaz de matar a cualquiera que tratara de quitármelos.

Conquistar a mí esposa de nuevo era un principio para conseguirlo. Pero si eso no funcionaba, buscaría el método que hiciera falta. A la mierd@ las pesadillas, no me iba a dejar vencer. la apuesta era demasiado alta como para perder el tiempo.

Entonces, recibí una llamada de la casa que me dejó helado y fuera de juego.

—Señor Galanis —era Robert el mayordomo y parecía bastante alterado—, la señora se ha marchado de la mansión. Lo ha dejado...

Historial de lectura

No history.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¡CÁSATE CONMIGO! Tendrás a mi bebé.