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¡CÁSATE CONMIGO! Tendrás a mi bebé. romance Capítulo 74

Capítulo setenta y cuatro: Arranque pasional

“Narra Apolo Galanis”

Quería acostarse conmigo, tener sexo. ¡Me lo había pedido!

Había dicho algo sobre un arreglo temporal, pero ya lidiaría con eso más tarde y se encargaría de volverlo permanente. No era tan tonto como para dejar pasar esa oportunidad.

Conteniendo el deseo de dar un salto con el puño en alto, busqué la salida más próxima. No pensaba despedirme de nadie ahora que Sofia parecía tan decidida como yo.

¿Nos daría tiempo a llegar a casa o tendría que parar el coche en el arcén de nuevo?

Cinco interminables minutos más tarde, el aparcacoches llegó con el Mercedes que había elegido para salir aquella noche. Prácticamente le quité las llaves al hombre de la mano.

Vi una conveniente carretera secundaria en el camino, pero decidí que quería tomarme mi tiempo con ella en la intimidad de nuestra casa, en nuestra cama, la que nunca debía haber dejado. Casi podía convencerme a sí mismo de que las cosas habían vuelto a la normalidad entre los dos.

Aunque... ¿habíamos sido normales alguna vez? Nuestra vida juntos había empezado a un ritmo frenético. Nos casamos unas semanas después de conocernos, y luego el trabajo, mi familia, las peleas, Creta...

Decidí dejar de recordar porque no servía de mucho. El pasado no tenía nada que ver con el presente. Debía seguir adelante, pensar en aquello con lo que contaba... mi mujer y mi hijo. Y la pasión que había entre nosotros dos que, irónicamente, había aumentado durante este período de separación.

Una vez frente a la casa, quité las llaves del contacto y me volví hacia ella para apartar un mechón de pelo de su cara.

—¿Te he dicho lo preciosa que eres?

—Sí, me lo has dicho un par de veces —el sarcasmo en la voz de ella fue evidente.

—Sólo quería comprobarlo.

—Apolo...

—¿Sí?

—Cállate y dame un beso.

—Sí, señora Galanis.

Entonces mordisqueé su mano, su muñeca... subiendo por el brazo para reclamar sus labios, fuerte, ardiente. La familiar sacudida de deseo que siempre había sentido al menor contacto con su diminuto cuerpo espertó a la vida en menos de lo que cantaba un gallo.

Mientras con una mano le quitaba las horquillas del pelo, con la otra rodeé su cintura, levantándola para apretarla contra mí. Las suaves y voluptuosas curvas se amoldaban a mi cuerpo perfectamente, sus caderas se movían al compás de las mías con una promesa que yo pensaba aceptar sin condiciones.

—Vamos adentro —murmuré, sobre sus labios—, antes de que te haga mía aquí mismo. No quiero hacer esto en el coche. Vamos a hacerlo en la cama.

—Sí —murmuró ella, agarrándome por las solapas—. Pero date prisa. Pronto, por favor.

No llamé a la puerta, no me interesaba en los más mínimo que el viejo Robert nos abriera con cara de espanto al vernos en semejantes condiciones. Así que alargué una mano para abrir la puerta mientras Sofia seguía besándome hasta... el último... segundo. Y cuando logré salir del coche y abrirle la puerta, ella se echó en mis brazos. Tropezamos con las piedras del camino en la prisa por llegar a la casa y me pareció notar que ella perdió un zapato.

Sin embargo, cuando iba a darme la vuelta para recuperarlo, Sofia me agarró por la muñeca.

—Ya vendré a buscarlo más tarde.

Si a ella le daban igual sus preciosos zapatos, debía de ir en serio.

Sin pronunciar una sola palabra la tomé en brazos para llevarla al porche y Sofia enredó los brazos en mi cuello, besándome mientras yo sacaba las llaves del bolsillo.

Una vez dentro, la dejé suavemente en el suelo y cerré la puerta con el pie, haciendo malabarismos para no pisar a Travieso, que corría haciendo círculos a nuestro alrededor.

—El trabajo puede irse al infierno esta noche —dijo de repente entre dientes.

El teléfono seguía sonando, insistente, pero yo no dejaba de besarla, acariciando con la lengua el interior de su boca tan profundamente como lo hacía abajo con los dedos. Y el jodido móvil seguía sonando.

Sofia me mordió el labio inferior.

—Deberías comprobar quién es.

—No me apetece.

Pero ella inclinó la cabeza para mirar la pantalla y, de repente, se quedó muy quieta.

—Apolo, es tu papá. A lo mejor es algo importante...

Aunque me gustaría creer que estaba exagerando, mi padre nunca me llamaba a esas horas. Jamás.

De modo que tuve que contestar:

—Dime, papá.

—Sabes que nunca te molestaría tan tarde si no fuera importante, pero algo terrible ha sucedido. El avión de tu madre se ha perdido del radar, los de la compañía aérea creer que se ha estrellado…

Me congelé en el acto, con la mente completamente en blanco y sintiéndome tan pequeño como un grano de arena de playa. Sin embargo, lo peor vino después, cuando mi padre continuó hablando:

—Y no saben si hay supervivientes.

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