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¡CÁSATE CONMIGO! Tendrás a mi bebé. romance Capítulo 76

Capítulo setenta y seis: Atacado por todos lados

“Narra Apolo Galanis”

Paseaba por la sala de espera como un auténtico loco, aún sin saber si Sofia y el niño estaban bien.

M*****a fuera, ¿por qué me había distraído mientras iba conduciendo? Sí, había logrado evitar al otro vehículo... pero por muy poco. El conductor borracho había chocado contra un poste de teléfono y luego salió del coche sin un solo rasguño. Sofia, sin embargo, había quedado inconsciente.

El presente se parecía demasiado al pasado. De nuevo estaba en Urgencias, esperando que me dijeran que mi mujer y mi hijo estaban bien. Y, como había ocurrido cuatro semanas antes, iba conduciendo como un loco hasta el hospital. Tenía suerte de no haberla matado entonces. ¿Pero ahora?

Seguía sin saber nada porque el médico me había echado de la consulta y en el pasillo frente a la sala de espera podía oír los ruidos de Urgencias: una señora mayor quejándose cada vez que alguna enfermera se acercaba a ella, un adolescente llorando mientras hablaba por el móvil, las ocasionales carreras por el pasillo cuando los enfermeros entraban con un nuevo paciente...

¿Cuánto tiempo podría esperar sin volverme loco? La rabia me dio por patear una mesa y, al hacerlo, me fijé en mis zapatos, unos que Sofia me había regalado. Unos zapatos que deberían estar en el suelo, al lado de la cama, si la noche hubiera terminado de otra manera.

No podía ni pensar en lo que le habría pasado a mi madre. Ya había cruzado todos los límites de la desesperación. Alguien tenía que darme una buena noticia. Y pronto.

Las puertas de Urgencias se abrieron para admitir a varias personas, pero éstas mejor vestidas de lo habitual: mi padre y mi amigo Fabi0 con su esposa. No debían de haber tenido tiempo de cambiarse después de la fiesta, pensé al reparar en sus atuendos. Mi padre corrió hacia mí. Mi amigo, el futuro miembro del parlamento y su esposa tras él.

—¿Saben algo de mi madre?

Mi padre negó con la cabeza.

—Aún no. Tengo a todo un equipo tratando de hablar con sus contactos en la Policía Nacional Aeropuertaria y con la compañía aérea.

—Y mi hermano se ha quedado en la casa por si llamaba alguien —añadió Fabi0—. La vamos a encontrar, Apolo. Eso te lo prometo.

Asenti antes de dejar escapar un largo y doloroso suspiro, deseando saber algo más pero agradecido porque, al menos, no habíamos recibido malas noticias. Y mi padre… bueno parecía más preocupado y desesperado que nunca. Yo que pensaba que mis padres se odiaban…

—Papá, no tenías que venir —dije, palmeándole la espalda—. Ya tienes suficientes problemas con lo de mi madre.

—Tú eres mi hijo y Sofia mi nuera —mi padre me devolvió el gesto con una mirada de comprensión, la angustia en sus ojos evidente—. Toda mi familia es igualmente importante para mí.

—Yo estoy bien. Es Sofia —y mi hijo, aunque eso no podía decirlo frente a mis amigos— quien me preocupa.

Mi padre me tomó del brazo.

—Dijiste por teléfono que estabas con Sofia, pero no dijiste qué le había pasado.

—Se golpeó la cabeza contra el cristal de la ventanilla cuando di un volantazo para evitar a un conductor borracho.

—Hijo, no sé qué pasa entre ustedes dos últimamente, pero me alegro mucho de que se mantengan más juntos que nunca. Ella de verdad es la esposa que necesitas.

a puerta que llevaba a las consultas se abrió entonces y me di la vuelta en el acto, olvidándome del desto del mundo por el momento. El doctor O’ Colonos salió con otra doctora, la ginecóloga supuse. El amigo de mi padre se acercó a mí con sus gafas colgando del cuello.

—Apolo, Ezio —nos saludó—, la señora Galanis está despierta. Y parece que tanto ella como el bebé están bien.

De un segundo a otro, tuve que poner una mano en la pared porque me fallaban las piernas.

—¿Cuánto tiempo tengo que esperar antes de entrar a verla?

—Unos minutos. Se está vistiendo para que puedas llevarla de vuelta a casa. Le daré el alta médica, pero tendrás que vigilarla durante toda la noche para asegurarnos de que el golpe en la cabeza no ha provocado una conmoción —el doctor me apretó el brazo—. Es dura tu mujer... ella y el bebé.

—Gracias otra vez, O’ Connor —aludí con sinceridad. Era media noche cuando había llamado al anciano y lo había levantado de su cama para pedirle que viniera—. Te agradezco que hayas venido.

—¡Por favor! —desestimó él—. Lo que sea por los amigos.

Los médicos del hospital me habían asegurado que ellos se ocuparían de mi esposa, pero después de lo que había pasado unas semanas antes, yo había exigido que llamasen a la ginecóloga de mi mujer y a el único médico en el que podía confiar.

Sin embargo, cuando la puerta se cerró tras los dos doctores, me encontré a mi amigo y a su esposa mirándome con la boca abierta.

—¿Un bebé? —el más asombrado, Fabio, fue el primero en hablar—. ¿Tu mujer está embarazada y no me lo has dicho?

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