Capítulo setenta y ocho: Hacer el amor por primera vez
“Narra Sofia Galanis”
Cada una de sus caricias tiraban a un lado las barreras emocionales que yo había intentado levantar para protegerme de él y de lo que me hacía sentir. La primera y única admisión de miedo por parte de Apolo me hacía sentir más débil que el roce aterciopelado de su lengua y, sin pensar, metí la mano bajo su chaqueta para acariciar su torso.
Necesitaba aquella conexión, aunque sólo fuera física. Dejando escapar un gemido, le eché los brazos al cuello y nuestras bocas se encontraron con el familiar pero inexplicable frenesí que había empezado a ver como algo inevitable.
Él me acariciaba los pechos por encima de la tela del vestido, la rigidez de las puntas fueron como una respuesta, un eco de mi deseo.
Pero entonces se detuvo.
—¿Te parece bien que lo...?
—Estoy bien —dije sin dudar, desabrochando su camisa—. Los dos doctores han dicho que el niño y yo estamos bien. De hecho, es bueno para mí estar despierta.
—Pero si...
—Estoy bien —repetí con una sonrisa, entre beso y beso mientras subíamos la escalera, dejando ropa tras nuestras espaldas, su chaqueta, mi abrigo, mis zapatos...
Apolo se detuvo en el rellano, apretándome de nuevo contra la pared. Y yo no quería pensar en el día siguiente ni en el pasado. Lo que quería era hundirme en el deseo que sentía por mi marido.
Y, aparentemente, los sentimientos de Apolo no eran muy diferentes porque el ardor con que me besaba hacía que me temblasen las rodillas.
Una sombra blanca llamó mi atención y, al levantar la cabeza, vi su camisa volando por la escalera. ¿Cuándo se la había quitado? Aunque me daba igual mientras pudiese tocarlo.
El vestido se deslizó por mis hombros, de nuevo sin saber cómo. Y, de nuevo, me dio igual mientras que fuera él quien lo apartase.
Apolo apoyó las dos manos en la pared y se inclinó hacia delante, su cálido aliento masculino enviaba escalofríos por mi espina dorsal, para buscar sus labios de nuevo. Yo, enredando los dedos en su pelo, abrí la boca, hambrienta, y mi lengua se enredó con la suya en una batalla de voluntades que prometía mucho si ninguno de los dos nos rendíamos.
Sin embargo, el último tramo de escaleras me parecía una excursión interminable y me apoyé en él para no caer al… Sí, al suelo.
El suelo era perfecto, inmediato. Porque esos últimos escalones que parecían imposibles me darían tiempo para entrar en razón y apartarme de algo que deseaba, que necesitaba.
Apolo me tumbó con cuidado sobre la alfombra.
—¿Ahora? ¿Aquí?
—Sí, aquí y ahora.
Yo restregué mis caderas contra su dureza, disfrutando como nunca de esa proximidad. Y Apolo, enredando mis piernas con las suyas, metió una mano bajo el sujetador para acariciar mis hinchados pech0s...
—Pensé que no querías sexo esta noche —dijo con voz ronca.
—Y así es —murmuré yo en respuesta—. Quiero que hagamos el amor por primera vez.
—¿Qué?
¿De qué estaba hablando y cómo podía pensar... y mucho menos hablar?
—Di mi nombre, querida esposa.
Yo en cambio traté de besarlo, pero él se apartó.
—Apolo —murmuré, acariciando sus hombros—. Apolo...
Me apretaba contra él, deseando que perdiese el control. Era tan frustrante perder el control en cuanto me tocaba con las manos, los ojos, e incluso con sus palabras.
Cerrando los ojos, dejó que él marcara el ritmo, llevándola hasta el final con cada embestida de su cuerpo.
Un millón de sensaciones explotaron dentro de mí mientras repetía su nombre una y otra vez, arqueando la espalda...
Dejando escapar un grito ronco, Apolo enredó los dedos en mi pelo, los espasmos del éxtasis me sacudieron el cuerpo hasta que por fin cayó de lado, llevándome con él.
Con el cuerpo cubierto de sudor, las piernas enredadas en las de mi marido como un extraño lazo del que no podía soltarme, tuve la certeza de que subir ese último tramo de escaleras ya no era ya una preocupación.
*****Capítulo triple y tempranito, no se pueden quejar. Nos vemos mañana.*****

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