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¡CÁSATE CONMIGO! Tendrás a mi bebé. romance Capítulo 79

Capítulo setenta y nueve: Con las defensas bajas

”Narra Apolo Galanis”

Me encontraba en mi cama con mi mujer por primera vez en tres semanas. Estaba despierto. Pero no habría podido dormir aunque no tuviese que despertar a Sofia cada dos horas.

Esperando que sonara el teléfono para saber algo de mi madre.

Traté de distraerme entrando en el ordenador de Sofia para acceder a mis cuentas de banco y en los valores de la bolsa. Quería buscar el mejor fideicomiso para mi hijo. Y sí, pasé mucho tiempo tratando de imaginar cómo iba a convencerla de que dejase su trabajo y se tomara las cosas con calma. ¿Era malo por mi parte querer cuidar de ella, especialmente en una noche como ésa, cuando había quedado tan claro lo frágil que era la vida?

Los toldos de la terraza se movían con la brisa. Y, sin duda, yo mismo necesitaba un poco de aire después del ejercicio que habíamos hecho en la escalera y luego en la cama.

De vuelta en la habitación, enredé un mechón de su pelo en mi dedo, con cuidado para no despertarla. Luego miré el reloj: las cuatro y veinticinco. Aún faltaban cinco minutos y no pensaba despertarla ni un segundo antes.

Después de tanto tiempo distanciados, agradecía la oportunidad de mirarla tan de cerca. Un pálido hombro asomaba por encima de la sábana y tuve que hacer un esfuerzo para no apartarla...

¿Qué demonios había pasado mientras la llevaba al dormitorio? Yo quería sexo pacífico, por el olvido que había sido capaz de encontrar en su cuerpo en el pasado. Sin embargo, hacer el amor con ella había sido todo menos pacífico. Sofia me había clavado con sus ojos, aumentando mi enardecido deseo y, a la vez, haciendo que deseara dar marcha atrás. Mi mujer necesitaba algo más que lo que yo... siempre había sido, un hombre mejor.

Tendría que distraerla con lo que ya sabía hacer tan bien para que olvidase aquello por lo que chocabamos. Alcé la vista y miré el reloj de nuevo: las cuatro y treinta minutos.

A esta hora no debía haber nadie del servicio de la casa despierto y me vino perfecto para lo que mi pervertida cabeza maquinó.

Aparté la sábana poco a poco, besando sus pech0s, su estómago, sus caderas... hasta que ella empezó a moverse. Sofia se estiró con una gracia felina que me excitó de nuevo. Pero no. Necesitaba más tiempo para levantar mis defensas antes de que ella me emboscase con otro «quiero hacer el amor».

—¿Estás despierta? —pregunté en un susurro.

—Ahora sí —sonrió ella, abriendo los ojos. Yo en cambio acaricié su cara con ternura.

—¿Cuántos dedos?

—Tres.

—Perfecto.

—¿Hay alguna noticia sobre tu madre?

—No, nada. Pero confío en el viejo dicho: cuando no hay noticias es buena noticia—no pude evitar dejar escapar un suspiro—. ¿Quieres comer algo antes de que empieces con las náuseas matinales?

Sofia pareció estudiarme con cara de preocupación durante un segundo antes de ofrecerme la sonrisa que necesitaba.

—¿Sabes lo que quiero? —me preguntó, sentándose en la cama—. Chocolate blanco o pastelitos de la cafetería de Oxford.

Mientras me ponía los calzoncillos, ella se envolvió en la sábana.

—El último que llegue a la cocina tiene que dar de comer al otro... desnudo.

—En cualquier caso, los dos vamos a ganar.

De repente me vi corriendo tras ella, ansiando el placer de llevar comida a sus labios y ver el éxtasis en su rostro. Ni siquiera el estudio en el que estaba encendido el ordenador podía competir con lo que Sofia podía ofrecerme en aquel momento.

Ella encendió la luz de la cocina, iluminando el moderno espacio.

—Siéntate y prepárate para que te dé de comer.

—¿Túneles? —repitió ella, apoyando los codos en la encimera.

—Hacíamos trincheras —de repente sonreí, recordando esos tiempos—. Tuvimos suerte de no morir enterrados bajo la tierra. Podríamos habernos asfixiado...

—¿Y qué decía tu padre?

—Nunca lo supe —contesté—. Ciro, siendo amigo y vecino de mis padres, hacía guardia y nos avisaba si llegaba alguien.

—¿Y cuánto tenían que pagarle para que hiciera eso?

—¿Quién ha dicho que le pagásemos nada? —riendo, tiré a la basura el corazón de la manzana—. Siempre buscaba consentirnos, hacía lo que le decíamos.

—Pobrecito. —rió Sofia—. Por eso lo quieres como un segundo padre, ¿verdad?

Simplemente asentí.

—¿Y qué hay de tu amigo Fabio?

—Fabio era demasiado obediente, así que nunca le contamos nuestro secreto —intentaba no entristecerme por los recuerdos, pero no era fácil—. A mi madre le encantaba hacer trincheras… creo que si no fuera tan estirada ni hubiera nacido en cuna de oro, se había unido al ejército de joven.

Sofia bajó del taburete y me pasó un brazo por la cintura, apoyando la cabeza en mi pech0... pero yo traté de apartarme. La preocupación por mi padre me ahogaba, pero no iba a dejar que me impidiese respirar. Especialmente delante de mi esposa.

Sin embargo, cuando ella levantó la cabeza para besarme el cuello, el nudo que tenía en la garganta se hizo más grande. Tenía que apartarme, y pronto, o dejaría al descubierto mis emociones.

De modo que la tomé entre mis brazos para sellar sus labios con un beso.

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