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¡CÁSATE CONMIGO! Tendrás a mi bebé. romance Capítulo 80

Capítulo ochenta: El dolor del rechazo

“Narra Sofia Galanis”

Sabiendo que Apolo había rechazado mi consuelo como tantas otras veces, un poco decepcionada decidí volver a la vieja costumbre de perderme en el sexo. Caer en un patrón antiguo era mucho más fácil que crear uno nuevo, me dije internaente. Sin embargo, la historia de su infancia con su madre seguía conmoviéndome.

Y el silencio de la casa me recordaba lo sola que me había sentido esos últimos meses.

—Has perdido la carrera a la cocina. Se supone que deberías darme de comer —murmuré, levantando las manos para tocar sus definidos pectorales, formados a base de horas en el agua y en el campo de golf.

—Sí, es verdad —asintió él.

Mirando sus ojos oscurecidos, le pasé un dedo por la cinturilla de los calzoncillos. Y su ronco gemido de placer me animó a continuar bajándolos poco a poco...

—No sabes cuánto me gustas.

—Seguramente tanto como tú a mí.

Deshaciéndose de los calzoncillos a toda prisa, Apolo me quitó la sábana de un tirón para deslizarse dentro de mí con lentitud, profundamente, llenándome del todo y en todos los sentidos. Me obligué a cerrar los ojos y arquear la espalda para acomodarlo mejor. Enredando los tobillos en su cintura, disfrué estando con mi marido, el hombre que amaba, otra vez, teniéndolo todo para mí esa noche.

¿Y al día siguiente?, me pregunté. Sin embargo, no podía dejar que ese triste pensamiento arruinase el encuentro. No, sólo quería sentir.

Cuando él dejó de moverse un momento, yo levanté la cabeza. Aunque no debería haberlo hecho. Los ojos azules de Apolo brillaban con una intensidad familiar; la intensidad del deseo. Eso era lo que había entre nosotros, lo que siempre había habido desde el principio, nada más. Apolo no había cambiado aunque, tontamente, yo siguiera confiando en la posibilidad de que realmente me amara.

Enterrando la cara en su cuello, moví las caderas contra él y le seguí el ritmo que él marcó mientras me embestía con una fuerza, que me hizo gritar de placer antes de que Apolo me siguiera en una explosión de sensaciones.

Luego me dejé caer sobre su pech0, tratando de llevar aire a mis pulmones. No sabía cuánto tiempo habíamos estado así y me daba igual porque Apolo me tomó en brazos para volver al dormitorio que una vez habíamos compartido.

Después de dejarme suavemente sobre la cama, me di la vuelta para poner el despertador. ¿Para ir a trabajar?

Recordé entonces el golpe que me había dado en la cabeza y la orden de la doctora de que me despertase cada cierto tiempo. Me parecía como si el accidente hubiera ocurrido años antes. Habían pasado tantas cosas en ese tiempo... ni siquiera había vuelto a pensar en el accidente desde que volvimos a la mansión.

Dejando escapar un suspiro miré hacia la ventana, la luz de la luna entrando por las cortinas entreabiertas. Las sombras bailaban por las paredes, cambiantes como mi turbulenta vida. Me di la vuelta y miré la causa de esa turbulencia durmiendo a mi lado.

Las dudas amenazaban el poco terreno común que habíamos encontrado Apolo y yo esa noche. Porque cuando me llevó al dormitorio de nuevo había visto la pantalla del ordenador encendida y sabía que yo no la había dejado así. No tenía que preguntarle si había estado trabajando.

Me llevé una mano al abdomen de manera inconsciente, tratando de imaginar a nuestro hijo. Quería a ese hijo, lo necesitaba. Pero no estaba segura de qué iba a hacer con el padre, aquel hombre complejo que evocaba emociones que había creído perdidas para siempre.

El sonido del teléfono me despertó del todo y la realidad volvió tan claramente como la luz del sol que entraba a través de las cortinas.

El teléfono volvió a sonar. ¿Sería el señor Ezio para darnos alguna noticia sobre mi suegra?

Alargué una mano para tocar a Apolo, pero mi mano cayó en un espacio vacío. ¿Dónde estaba? ¿De vuelta en el ordenador, trabajando?

Cuando me di la vuelta para contestar al teléfono había dejado de sonar y la lucecita indicaba que alguien había contestado desde otro aparato. El número que aparecía en la pantalla era en efecto el de mi suegro.

Apolo no se había ido, pensé, aliviada, mientras saltaba de la cama para ponerme una bata de seda. Sabía que la llamada tendría que ver con la señora Cassia y, fuera cual fuera la información, tenía que estar a su lado.

Pero al oír su voz se detuvo. Porque llegaba de... el dormitorio que yo ya había escogido para el bebé.

—¿Sabías que estaba aquí?

—Siempre sé cuándo entras en una habitación.

—Parece que tu madre está bien, ¿no?

—No tiene un solo rasguño —me confirmó él—. La radio del avión se descompuso y tuvieron un fallo técnico con el motor que los obligó a aterrizar de emergencia en Manchester. Pero están intactos todos.

—Esas horas han debido de ser horribles para tu madre.

—No quiero ni pensarlo.

Claro que no. Apolo acostumbraba a olvidar el pasado y seguir adelante como si no ocurriera nada.

De repente pasé los dedos por la puerta abierta del armario.

Él señaló las bolsas que había en la cuna.

—Veo que has ido de compras... para el niño.

Miré las bolsas llenas de vestiditos rosas y se me hizo un nudo en la garganta. Bueno, al parecer él pensaba que sería una niña. El olvido era imposible y no podía contenerme más, o la duda me carcomería toda la vida Si Apolo quería volver a estar conmigo, tendría que aceptar quién era y cómo lidiaba con la vida. Tendría que aprender a cambiar.

—Quiero la verdad, Apolo. ¿Estás conmigo porque de verdad me amas... o por el bebé?

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