Capítulo ochenta y uno:
“Narra Apolo Galanis”
«¿Por el bebé?»
La pregunta de Sofia parecía quemarme por dentro.
El instinto me decía que debía cortar la conversación, como hacía siempre, pero si quería solucionar las cosas con Sofia, no podía cometer los mismos errores que había cometido en el pasado.
—Me has prohibido decírtelo —hablé por fin.
Sofia se detuvo frente a la cuna, tocando los barrotes de madera que se levantarían para nuestro hijo.
—Porque me cuesta creerte, Apolo y no soportaría que me mintieras en esto.
—Lo sé… Sé que mi forma de ser y sobre todo mis palabras, desde que nos casamos te han dado motivos para no confiar en mí.
Ella tomó una de las bolsas y sacó un vestidito rosa, rozando con el dedo las margaritas bordadas en el cuello.
—Pero no estoy mintiendo ahora, Sofia. Te amo, eres la mujer de mi vida.
Luego sacó una muñeca de rizos rubios y ojos azules con la etiqueta puesta.
—La he comprado sin saber el sexo… —vacilé cuando la señaló—. No sé por qué intuyo que será una niña.
—A lo mejor se te concede el deseo —ella me sonrió con ternura casi por inercia—. ¿Qué más has comprado?
—Ropa y cosas prácticas para jugar en el parque. Baberos, zapatitos —Sofia sacó un oso de peluche y lo apretó contra su corazón—. Son cosas exclusivas de colección.
—Sí, puedo notarlo. Huele a oro —murmuró ella y yo no pude evitar sonreír—. Sé que debería sentirme feliz porque estoy embarazada —entonces se llevó una mano al abdomen—. Y lo estoy, de verdad…, pero…
—Tienes miedo y es normal, Sofia.
Me acerqué a ella, acortando la distancia entre los dos por completo, rocé sus labios, resistiendo el deseo de apartarme. Por alguna razón, a mi esposa le gustaba indagar en sentimientos demasiados profundos y eso era algo que me resultaba insoportable. Sin embargo, besar a mi mujer tenía un atractivo que no había apreciado del todo hasta que el privilegio en sí dejó de ser mío. La seguí besando, la tomé en brazos y la hice mía otra vez y otra y otra… hasta que el sol se coló por las ventanas de la casa.
Mi mujer.
Aunque no tenía la menor duda de que podría conquistarla de nuevo, me alegraba de que las cosas fueran más rápido de lo que había previsto.
Cuanto antes hubiese recuperado a mi familia, mejor para todos.
“Narra Sofia Galanis”
Sentada en el coche de Apolo, yo apenas podía creer todo lo que había pasado desde que me subí a ese mismo coche el día anterior.
El avión de mi suegra se había descompuesto, pero ella estaba bien. El accidente y el viaje a Urgencias.
Hacer el amor con Apolo... sí, había empezado a pensar que estábamos haciendo el amor por primera vez.
Que él me hubiese abierto su corazón me seguía sorprendiendo, pero también me llenaba de esperanza. No se había abierto del todo, por supuesto; mi marido no era así.
Por una vez, no estaba rechazando la posibilidad de que pudieramos volver a estar juntos.
Si Apolo fuera paciente conmigo, si me demostrase que de verdad quería cambiar.
La limusina se detuvo entonces en el aparcamiento de la galería.
—Vendré a buscarte en cuanto salga de trabajar. Y creo que terminaré pronto porque el inversionista con el que me reuno hoy tiene fama de mirar el reloj.
—Te agradezco que te tomes la tarde libre.
—Lo estoy intentando, Sofia.
—Y eso significa mucho para mí —noté que me sonrojaba y me miré las manos—. Por cierto, vi que anoche estuviste trabajando en el ordenador.
—No podía dormir... pensando en mi madre.
Me giré y tomé su cara entre mis manos para besarlo. Había hecho tanto para ganarse mi amor y mi perdón que había llegado el momento de que yo pusiera algo de mi parte, pensé.
Apolo me puso una mano sobre el estómago como para tocar al niño y de repente sentí el deseo de apoyarme en él, cerrar los ojos y olvidarme del mundo entero.
Amigos, claro. Al oír eso me relajé un poco. No obstante, ni siquiera por el señor Brenton podía contener mis emociones y mi costumbre de decir lo que pensaba:
—Yo también, pero incluso un amigo debe ser cauto cuando se trata de las relaciones sentimentales del otro.
—Mira, Sofia... —el hombre se metió las manos en los bolsillos del pantalón—. He hecho lo posible por disimular mientras estabas con él. Las mujeres casadas son intocables para mí.
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Mi radar femenino empezó a dar la señal de alarma.
—Como tiene que ser.
—Pero sabiendo como están las cosas… —siguió él—. Había decidido esperar hasta que la separación se concretara, pero estoy empezando a pensar que no tengo mucho tiempo.
Trasgué saliva con dificultad. Me molestaba que dijera eso cuando yo jamás le había dado la menor indicación de que estuviera interesada en una relación sentimental con él. Además, según él había insinuado, el señor Haynes me había visto besar a Apolo cinco minutos antes.
—No digas nada más —lo interrumpí.
Debía hacerle entender que no tenía la menor oportunidad conmigo y tenía que hacerlo antes de que su relación profesional con Brenton Haynes quedase rota para siempre.
—Lo lamentaré durante el resto de mi vida si no te digo lo que siento —mi jefe se acercó y yo tuve que dar un paso atrás—. Tu marido no te aprecia como debería.
—Brenton… —me permití tutearlo.
—Dame una oportunidad de demostrarte cómo podría ser entre nosotros —siguió él, atrayéndome hacia él.
Puse una mano sobre su pecho para empujarlo antes de que hiciera algo de lo que se lamentaría después. O antes de que yo dijera algo que no pudiese retirar.
—Mira, vamos a hablar razonablemente...
La puerta del despacho se abrió entonces. Ah, genial. ¿Qué pensaría la recepcionista?
—Hola, querida esposa —escuché la voz de Apolo—. Se te ha olvidado el desayuno...
****A Sofia se le juntó el ganado uuuuh. Madre mía, la que se va a líar aquí.****

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