Capítulo ochenta y cinco: El primero, el último y el único para mí
“Narra Apolo Galanis”
Ni siquiera tuve que voltear a mirar hacia la puerta, simplemente supe que Sofia había entrado en la sala. Sentí su presencia, olí su aroma… estaba tan inundado de ella que la presentía hasta en lo más profundo de mis huesos.
Incluso de espaldas, experimenté aquella sensación que me decía que ella estaba cerca. No había perdido la concentración, pero estaba contando los minutos hasta que pudiese parar para comer.
El reloj marcaba exactamente la una cuando la reunión se suspendió temporalmente para el receso. Y yo me tomé un momento para hablar con mis abogados antes de dirigirme hacia ella.
¿Querría retomar la discusión que habíamos dejado a medias en su despacho? Sí, reconocía haber perdido los nervios con Brenton Haynes, pero no estaba seguro de que hubiera podido hacer las cosas de otra manera. En mi opinión, sólo estaba protegiendo a mí mujer y a mi hijo.
Me detuve al llegar a su lado, pensando que aunque hubiera tenido razón sobre Brenton Haynes, Sofia estaría disgustada. Y aunque me sentía justificado, quizá podría haberle ofrecido algún... consuelo.
Casi podía ver a mi padre regañándome por no cuidar mejor de mi mujer. O de mi familia.
Y entonces ella sonrió. Y yo supe que, lo mereciera o no, me estaba dando una nueva oportunidad. Una de la que yo pensaba usar para sacar el mayor provecho posible.
—Apolo... encuentra un armario o una sala vacía —me dijo en voz baja—. Tenemos que hablar.
No tuvo que decírmelo dos veces. Aunque el matrimonio con una mujer tan belicosa fuera un reto, siempre me había gustado esa parte de ella. Sofia nunca rechazaba una pelea, pero tampoco se echaba atrás cuando quería eso.
Yo la tomé del brazo para llevarla a mi despacho privado. Una vez dentro, ella me empujó contra la puerta, buscando mis labios antes de que yo pudiera decir nada. Claro que no pensaba discutir con un saludo que era mucho mejor que cualquier palabra.
Sólo que la puerta no tuviera llave impidió que la tumbase en el sofá. Aquella mujer llevaba casi cinco meses haciéndome perder la cabeza. Ningún problema entre nosotros, por difícil de resolver que fuera, había logrado cambiar eso.
—Me he despedido de la Galería de Arte de Brenton Haynes.
—¿Por lo que ha pasado esta mañana? —pregunté a pesar de intuir la respuesta y de qué encima me diera igual. Fuera como fuera mi mujer estaba fuera del alcance de ese tipo.
—Debería haberme dado cuenta de que el profesor estaba interesado en mí—murmuró Sofia—. Pero lo he dejado porque era lo que debía hacer. El señor Haynes se ha pasado de la raya y la relación con él sería muy incómoda a partir de ahora.
—¿Y qué piensas hacer?
—Espero que no vayas a ofrecerte a ingresar dinero en mi cuenta otra vez —Sofia levantó una ceja.
Yo me quedé callado un momento, sopesando cuál sería la mejor respuesta. Sin embargo, incluso los empresarios más déspotas reconocían la oportunidad para un acuerdo. Ella había hecho una concesión dejando la empresa de Haynes y era hora de que yo respondiera en consecuencia. Tenerla en mi vida era demasiado importante como para volver a meter la pata.
—¿Qué tal si lleno la nevera con cosas que tienten a tu paladar?
—No pueden faltar los pastelitos y el chocolate. Sí, gracias —su sonrisa fue la mejor recompensa. Yo fui y tomé su cara entre las manos.
—Siento haber hecho una escena en tu oficina.
Yo siempre había respetado su trabajo, admirando cómo convertía en bello todo lo que tocaba. Y no había querido hacérselo pasar mal. Más calmado ahora, sinceramente esperaba no haber comprometido su vida profesional.
Pero Sofia estaba mirándome muy seria...
—¿Pasa algo?
—¿Te das cuenta de que ésta es la primera vez que me pides disculpas?
—¿Dónde crees que vamos a partir de ahora?
Sofia se mordió los labios.
—Bueno —me dio una extraña miradita de arriba hacia abajo, bastante pícara—, me gustaría que nos tomásemos un tiempo para redescubrirnos el uno al otro.
En lugar de criticarme porque no había sabido darle suficiente durante todos esos meses, mi mujer anunciaba su deseo de darse tiempo, todo el tiempo del mundo.
Y yo estaba tan conmovido que tuve que bromear.
—Ah, quieres una cita.
—La verdad es que nos saltamos esa parte hace cinco meses.
El nuestro había sido un viaje rápido al altar. ¿Se habría sentido insegura durante todos ese tiempo? Pues eso era algo que, definitivamente, yo tenía que solucionar. Porque sabía, sin la menor duda, que me hubiera casado con aquella mujer fascinante, hubiera llevara a mi bebé en el vientre o no. Sabía que tarde o temprano nuestros caminos se cruzarían.
Con una sonrisa en el rostro me pasé los dedos por la cara.
—¿Qué tal si empezamos a hacerlo en cuanto salga de aquí? Tengo una mujer muy especial a la que quiero invitar a cenar.
Los ojos castaños de Sofia brillaron, traviesos.
—Afortunadamente para ti, acabo de comprarme un par de zapatos nuevos para nuestra primera cita.
*****Comenzamos el maratón así de romántico. Ahora sí, puedo decir que estoy completamente enamorada de esta parejita. ¿Qué nos traerá de nuevo llegados a este punto?*****

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