Capítulo ochenta y seis: No hay vuelta atrás
"Narra Sofía Galanis"
Mi marido me había dado la cita perfecta. Había reservado el mejor restaurante de la ciudad de Londres solo para nosotros. Una orquesta de violines había tocado para mí mientras degustábamos los platillos más deliciosos que yo jamás había probado y luego de repetir un mágico postre a base de chocolate, me invitó a bailar allí mismo, donde nadie y al mismo tiempo el mundo entero nos podía ver. Después habíamos caminado un poco por la ciudad y nos habíamos sentado frente al gran Reloj de Londres, simplemente a contemplar las estrellas tomados de las manos. Parecía algo tonto, pero para mí había sido la noche más especial que había tenido en toda mi vida. Y al pensar en el carácter, la personalidad y las costumbres de mi marido, aquello tuvo más valor todavía para mí.
—Duerme conmigo.
Parecía más una orden que una petición y por alguna razón, a mí me pareció bien. Más que bien. No quería pensar por qué estaba allí de pie en el círculo de sus brazos ardiendo de deseo. Pero volver a la mansión Galanis oficialmente después de unas semanas, con todos los recuerdos que encerraba, cambió algo en mi interior, sobre todo ahora que sabía más cosas de Apolo. Cosas sobre su personalidad que hacían que lo viera bajo una luz completamente distinta. Una luz que me acercaba más y más como un bote a la deriva bajo la tormenta dirigiéndose al faro. En aquel momento, lo único que quería era estar entre sus brazos, sentir la potencia de su cuerpo dentro del mío, no sentir más que pasión, deseo, y que mi marido satisficiera aquellos anhelos.
No dudé al dar un paso hacia él y le rodeé el cuello con los brazos, apretándome más contra el duro calor de su cuerpo. El mío respondía con su propio calor húmedo. Podía sentir cómo mi interior se humedecía en preparación, el rocío de mi excitación señalaba que estaba lista, ansiosa.
—¿Me lo estás preguntando o lo afirmas?
Mi voz no era más que un susurro, pero me las arreglé para que contuviera una nota vivaz.
Apolo esbozó una media sonrisa.
—Ahora mismo me pondría de rodillas para suplicarte si eso es lo que quieres que haga, querida esposa.
Entonces yo me puse de puntillas y coloqué la boca a escasos centímetros de la suya.
Apolo gimió y me apartó la mano.
—Primero vamos a desnudarte —siguió quitándome la ropa, y cada vez que una prenda caía de mi cuerpo, yo me estremecía bajo su mirada ardiente—. Eres preciosa. Tan sexi. Me estoy volviendo loco —intentó desabrocharme la camisa—. M*****a sea, ¿por qué llevas siempre ropa tan complicada?
Me eché a reír a carcajadas y lo ayudé con el cierre, dejándome únicamente en braguitas y sujetador. Mi marido me cubrió los pech0s con las manos y a pesar de la delicada barrera de encaje, mi piel se erizó ante el contacto. Tenía los pez0nes tirantes, los senos temblorosos y el centro del cuerpo ardiendo de deseo.
Apolo me puso las manos en las caderas con expresión seria.
—¿Estás segura de esto, querida esposa? Una vez hecho, no podremos deshacerlo. No hay vuelta atrás. Ya no voy a dejarte ir. Te quedarás conmigo así tenga que encadenarte en una mazmorra.

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