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¡CÁSATE CONMIGO! Tendrás a mi bebé. romance Capítulo 87

Capítulo ochenta y siete: Termina lo que has empezado

"Narra Sofía Galanis"

«No hay vuelta atrás»

Me quedé con esa frase en la cabeza por unos segundos.

Pero después, volví a rozar los labios con los suyos a modo de respuesta.

—Completamente segura. Te deseo, Apolo. No me hagas esperar más.

Apolo volvió a bajar la boca a la mía con un beso firme que hablaba de un deseo creciente. Nuestras lenguas se mezclaron, el calor ardía entre nuestros cuerpos como un fuego descontrolado. Apolo me desabrochó el sujetador, que cayó al suelo a mis pies. Separó la boca de la mía y me deslizó las braguitas por los muslos. Yo salí de ellas y las aparté a un lado con el pie antes de acercarme otra vez al cuerpo de mi esposo.

Él me acarició un seno con la mano y me deslizó el pulgar por el duro pez0n, provocándome escalofríos por todo el cuerpo. Posó la boca en mi seno y me lamió el pezón, mordisqueándolo suavemente mientras me acariciaba con los labios el oscuro círculo de la areola. Yo sentí una punzada de deseo entre las piernas con un ritmo frenético que correspondía con el latido de mi acelerado pulso.

—No te imaginas cuánto he deseado esto…

La voz de Apolo tenía un tono áspero cuando me cubrió el monte de Venus con una mano.

Yo jadeé de placer cuando me deslizó un dedo firme en mi húmedo calor.

—Oh, Dios. He echado de menos esto. Te he echado de menos a ti. Anoche todo fue tan apresurado que… —me estremeció de la cabeza a los pies mientras él me acariciaba con el dedo sin poder terminar su frase. Sus expertos movimientos me provocaron una sucesión de disparos de deseo por la pelvis.

Apolo volvió a acercar la boca a la mía con un beso largo y apasionado que me hizo olvidar todo menos las sensaciones que me atravesaban el cuerpo. Sabía a sal y a un regusto de whisky y peligro al que reconocía que era adicta.

Porque yo era adicta a todo él.

La caricias de sus dedos me lanzaban a un vuelo embriagador, obligándome a dar vueltas en una espiral en la que no era consciente de nada más que de las exquisitas sensaciones que me atravesaban. Tuve que agarrarle por los hombros para poder resistir.

—No me sueltes. Puede que no consiga permanecer de pie.

—No voy a soltarte. No he terminado contigo, querida esposa —su tono áspero y las manos fuertes hicieron que yo me estremeciera como la gelatina.

Apolo me guió hacia la cama, me tumbó y se puso a mi lado. Tenía los ojos oscuros mientras disfrutaba sin pudor del festín que mi cuerpo le ofrecía. Deslizó un dedo indolente por las curvas superiores de cada seno, por el esternón hacia la suave cavidad del ombligo.

Me abrió las piernas y bajó la boca al centro secreto de mi cuerpo. Yo contuve el aliento, la anticipación de su contacto me provocó otro escalofrío en la espina dorsal.

Me saboreó con la lengua, provocándome otro orgasmo espectacular que siguió y siguió hasta que me quedé sin aliento y jadeante.

Entonces Apolo me cubrió la boca y yo me perdí en la cálida y dulce tentación de sus labios. Mi lengua se encontró con la suya y un relámpago de fuego me atravesó la entrepierna.

Me estrechó entre sus brazos y sus piernas se entrelazaron con las mías de un modo que me resultaba dolorosamente familiar y al mismo tiempo emocionante. Era como descubrir su cuerpo por primera vez, las facciones y los contornos, la dureza de cada uno de sus músculos, sobre todo del que portaba en su pelvis y ahora se restregaba contra mi intimidad, el sabor de su boca y la sensación de su aliento mezclándose íntimamente con el mío.

Apolo apartó la boca de la mía y descendió por las hondonadas del cuello y el escote hasta los senos. Se introdujo primero un pezón y luego otro en la boca, deslizando la lengua por mi piel, la sangre me ardía por la excitación. Nadie podía excitarme jamás como él.

Nadie.

Me deslizó una mano bajo la cadera izquierda para atraerme hacia su masculinidad, y entró en mi cuerpo con un profundo embate que me erizó el vello de la nuca.

Yo le di la bienvenida con un gemido y empecé a moverme a la vez que Apolo, mis suaves piernas entrelazadas con las suyas. Era muy difícil para mí ir tan despacio como había planeado. Demasiado difícil resistirme al magnético tirón de su cuerpo varonil de bronce. Me embistió una y otra vez, la sangre bulléndome por las venas como un cohete, la piel temblándome de la cabeza a los pies. Deslizó una mano entre nuestros cuerpos en movimiento para acariciarme.

En respuesta eché la cabeza hacia atrás, retorciéndome y gimiendo mientras el orgasmo me arrastraba, y a Apolo junto conmigo, pude sentirlo.

Los espasmos de mi cuerpo me enviaron a la estratosfera. Él hundió la cara en un lateral de mi cuello y gimió y se estremeció mientras su alivio se apoderaba de él en oleadas, llevándonos a los dos a un lugar más allá de los conceptos.

Más allá de cualquier cosa que no fuera aquella felicidad mágica.

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