Capítulo ochenta y ocho: Una Princesa Griega
“Narra Sofia Galanis”
Una semana después, el personal de la casa estaba vaciando completamente la habitación más grande de la mansión después de la de Apolo. Ninguno de los dos podía ver la hora de comenzar a decorar la habitación del bebé. Y así lo hicimos, por varios días ambos estábamos como si fuéramos una pareja de recién casados en nuestra luna de miel. Incluso la vieja bruja de su madre, que estaba de vuelta en la casa, había escogido algunas cosas para decorar el cuarto.
Para mí, el embarazo pasó en medio de una mezcla vertiginosa de pura dicha, esperanza y momentos inevitables de temor. Apolo, por su parte, estaba pendiente todo el tiempo de mi bienestar. Había asumido el rol de inflexible cuidador, nunca se alejaba demasiado mientras yo estaba despierta, y me recitaba estadísticas tranquilizadoras cuando cualquier preocupación acerca de las posibles complicaciones de un embarazo amenazaba con apoderarse de mí.
Entre lo comprometido que lo veía y la tranquilidad que me habían transmitido los médicos en cuanto al embarazo me sentía mucho más que feliz. Estaba plena de dicha.
Terminé de acomodar los tantos peluches que había comprado para la decoración de la habitación del bebé y apagué la luz sin perder la sonrisa. Podría quedarme allí para siempre, siempre y cuando tuviera a Apolo por supuesto, pero me moría de hambre.
Cuando salí, mi marido ya estaba junto a la piscina, tendido en una tumbona. Me observó mientras yo me acercaba, recorriéndome con la mirada de arriba hacia abajo.
Sintiéndome algo vergonzosa de repente, vacilé antes de avanzar y terminar por acortar la distancia entre los dos. Llevaba un vestido blanco que él mismo me había comprado aquella tarde y la fina tela apenas dejaba algo a la imaginación.
Apolo se incorporó y me agarró por las caderas, haciéndome dar la vuelta, antes de atraerme hacia él, de modo que quedé de pie entre sus piernas abiertas.
—Ya se te nota muchísimo… —murmuró maravillado, con un ligero temblor en la voz. Deslizó una mano por mi vientre y yo me estremecí.
—Yo diría que poco para una embarazada de cinco meses —respondí en un murmullo.
Él sacudió la cabeza.
—No, sí que se te nota —replicó—. Es asombroso…
Me atrajo un poco más hacia él y se inclinó para depositar un suave beso en mi vientre.
Me flaquearon las piernas y los ojos se me llenaron de lágrimas, que contuve a duras penas parpadeando con fuerza, mientras mi corazón se inundaba de un montón de sensaciones.
Apolo me besó el vientre de nuevo y luego otra vez. Yo, que ya no podía soportarlo más, di un paso atrás y volví con el pretexto de que la cena se enfriaba, lo cual no era mentira.
—A este paso en nada de tiempo el bebé estará llorando sin dejarnos dormir o estar a solas para que le dé el pech0 —bromeé—, así que disfrutemos de la soledad y de los silencios mientras podamos.
Y, sin esperar a Apolo, me dirigí a los escalones que daban al salón.
—Mañana tenemos cita con la ginecóloga —comenté algo que ya sabíamos mientras tomábamos un poco de aire en el balcón antes del postre—. Puede que el bebé se deje ver y sepamos el sexo. ¿Apolo?
—Uh… —él murmuró algo incoherente.
—¡Apolo! —le reprendí entonces un poco nerviosa—. ¿No estás ansioso por saberlo?
—Con mi ansiedad por quitarte la ropa aquí mismo ya tengo suficiente con lo que lidiar, mi querida esposa —pese a que su tono tenía cierto grado de jocosidad, no mentía—. Además, yo ya sé lo que será.
—¿Ah, sí? —arqueé las cejas con mofa—. No me diga que se ha vuelto usted adivino, señor Galanis.
—Es una de mis tantas cualidades —sonrió con su característica arrogancia—. Es una niña, mi instinto me lo dice.
Ya fuera una orden al universo, o un ruego formulado con la arrogancia que lo caracterizaba, me encontré a mí misma asintiendo y recé en silencio por que fuera todo lo contrario. La idea de ver a mi marido equivocarse, para variar, me resultaba un tanto tentadora. De todas formas, estaba segura de que amaríamos al bebé fuera lo que fuera.
Los observé, mientras la mujer asentía y respondía con monosílabos, hasta que ya no pude más.
—¡Dime qué ocurre! —le supliqué.
Los ojos oscuros de Apolo brillaban de felicidad cuando me respondió:
—Dice que el bebé está sano, que todo va muy bien y…
Temblé por dentro. Lo sabía, Apolo ya sabía el sexo del bebé.
—¿Y…? —le incité a continuar.
—Es una niña. Tendremos una niña, mi querida esposa.
Una niña…
Mi esposo no se había equivocado en sus conjeturas y a mí me dieron ganas de sonreír victoriosa.
—¡Una niña! —exclamé con júbilo—. ¡Menudos instintos masculinos tienes, querido esposo! —agregué en tono de burla—. Has dado justo en el clavo.
—Sí —él no pudo hacer otra cosa excepto reír junto conmigo—, pero nunca un acierto había sido tan bienvenido, mi querida esposa —me besó—. Tendremos una princesa Griega y será muy, muy querida.
******Tendremos una mini Apolo. Qué ternurita me da.******

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