Capítulo ochenta y nueve: Noche de pasión en Grecia
"Narra Sofía Galanis"
El helicóptero empezó a descender sobre Edem, la playa más cercana del centro de la ciudad de Atenas, ubicada en Paleo Faliro. Yo le seguía teniendo miedo a las alturas, pero mi marido no había soltado mis manos en ningún momento y eso de alguna forma me hizo sentir segura.
Cuando aterrizó sobre el helipuerto del yate de mi marido, me quedé impresionada del tamaño del barco.
Cuando traté de salir del helicóptero con el incómodo vestido de fiesta que traía puesto, mi marido me tomó en brazos y me sacó de dentro de la cabina.
Un hombre mayor con uniforme de capitán nos dio la bienvenida con una amplia sonrisa. Apolo me presentó después de dejarme en el suelo. El interior del yate era tan lujoso como cabía esperar y me condujo hasta el salón principal.
Me explicó que el barco estaba pensado para ofrecer todas las comodidades de una casa y así él podía vivir y trabajar en él por largos períodos de tiempo.
—Mañana te enseñaré todo el barco, si quieres —me dijo. Luego me miró de arriba abajo y añadió—: Estás preciosa.
No pude evitar ponerme colorada como un tomate mientras me llevaba hasta el camarote en donde supuse nos quedaríamos.
—¿A dónde vas? —le pregunté cuando vi que se alejaba de mí para ir hacia la puerta.
—Voy a hablar con el capitán, ya vengo.
Empecé a quitarme el vestido y me desabroché la cremallera. Me moría de calor y quería darme un buen baño.
Estaba a medias cuando oí abrirse la puerta otra vez. Me volví dispuesta a regañar a quien fuera mientras me sujetaba el vestido por delante con las manos. Si no lo hubiera hecho, habría quedado desnuda hasta la cintura.
Apolo estaba dentro de la habitación… y yo medio desnuda.
Las hormonas me jugaron una mala pasada. Se me secó la boca y se me quedó la mente en blanco.
—He venido para preguntarte si vas a cenar conmigo —dijo él en voz baja—. Pero ahora que te veo…, podemos simplemente saltarnos eso y tener nuestra primera noche de pasión en Grecia.
—¿A cenar? —le pregunté agitadamente.
—Dentro de un cuarto de hora.
Él me estaba mirando muy atentamente e, involuntariamente, hice lo mismo con él. Estaba sensacional, esbelto y elegante como un felino con su traje oscuro impecablemente cortado.
—Quince minutos... —repetí tratando de concentrarme mientras él cerraba la puerta.
—Pero en este momento, comer es lo último que tengo en mente —afirmó él.
—¿No me digas? —murmuré con las rodillas temblándome.
—Pareces una princesa pagana...
Sorprendida, me miré al espejo. Me había olvidado de que tenía el cabello suelto, que me llegaba a la cintura, un hombro desnudo y el otro tapado. El valle entre mis senos acentuado por los brazos cruzados. Sin contar que las caderas se me habían puesto mucho más anchas de lo que eran y debía reconocer que mi pequeño vientre lucía algo cómico y hasta tierno. No era una embarazada fea, pensé.
—Mírame —me ordenó él.
Lo hice sin querer y me sorprendí al ver el deseo reflejarse intensamente en su mirada.
—Apolo, acabamos de llegar —traté de detenerlo.
—¿De verdad crees que estoy dispuesto a sentarme y cenar en este estado?
Cuando me apartó los brazos, no me resistí. Apenas pude respirar. Cuando volví a abrir los ojos, vi en el espejo mis senos desnudos. La vergüenza y la excitación se apoderaron de mí a la vez.
—Espectacular —dijo él sinceramente.
Observé entonces cómo Apolo me abarcaba con las manos los amplios senos que yo siempre había despreciado.
El tono de su voz más que las palabras fue lo que hizo que yo abriera los ojos. Pero de todas formas, no pude descifrar lo que veía en su turbia mirada.
—¿Qué pasa? —gemí.
—Nada. Eres una compañera perfecta. Caliente y ansiosa.
Luego, me metió las manos por detrás y me penetró de un poderoso empujón.
—Apolo, por favor...
Él apretó los dientes y siguió moviéndose. La sensación fue tan placentera que se me escapó un grito. La tormenta de deseo continuó como si no hubiera habido interrupción alguna.
Y aquello fue como yo nunca me lo había imaginado. Atrapada en el ritmo primitivo que él dirigió, me sentí cada vez más excitada y el placer cada vez alcanzó más altura. Cuando llegó a la cima, me estremecí oleada tras oleada.
Después, me quedé simplemente anonadada. Estaba muy cerca de Apolo, con una curiosa sensación de paz y tranquilidad. Él me dio un suave beso en la frente, como una caricia.
Me gustaba tanto estar en sus brazos...
Su teléfono sonó de repente, sacándome de mis ensoñaciones. Él lo atendió sin mucho interés, pero unos segundos después, su gesto había cambiado por completo.
—Saldré a cubierta para atender esto —me dijo antes de darme un beso en los labios y dejarme sola en la habitación.
Dejé escapar un pequeño suspiro y con más calor que nunca, me puse de pie para sevirme un vaso de agua. Solo le di dos tragos y de repente no me sentí muy bien. No debía haber bebido agua con el estómago vacío.
Me preparé un buen baño refrescante y me metí en él para relajarme.
Cuando salí del baño, me mareé. Fui a envolverme en una toalla, pero perdí el equilibrio y caí al suelo. Todo lo que pude hacer fue gritar mientras me llevaba una mano al vientre.
«Mi bebé»

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