Capítulo noventa y ocho: Me salvaste
"Narra Sofía Galanis"
Si nadie acudía a mí rescate en los próximos minutos, entonces mi pequeña hija… no conocería este mundo jamás.
'No', me ordené mentalmente a no pensar en ello. Tenía que resistir, por mi bebé. No podía darme por vencida, no podía perder la esperanza.
'¿Dónde estás, Apolo?', llamé a mi marido con el pensamiento una y otra vez. '¿Por qué tardas tanto? Aparece ya. No me abandones ahora. Yo… te necesito. Tu hija y yo te necesitamos más que nunca.'
Me sentía muy mareada y a punto de desmayarme, pero con determinación me negué a cerrar los ojos, ni a dejarme vencer por el cansancio.
Cualquier movimiento allá afuera o a mí alrededor era motivo de revivir mis esperanzas.
Porque mientras no perdiera las esperanzas… alguien llegaría a salvarme, ¿cierto?
Frente a los ojos todo se estaba desmoronando. Casi no alcanzaba a ver nada, sin embargo, fui capaz de distinguir a mí secuestrador que venía con otro frasco a por una segunda ronda. Y su expresión facial lo decía todo: esta vez no escaparía de sus garras.
'Lo siento, mi amor ', habría dado lo que fuera por poder acariciarme el vientre en donde aún se gestaba mi niña. 'Siento ser una madre débil y no poder protegerte. Perdóname, porque yo no lo haré nunca.'
—Listo, mi putita —bramó el sujeto con una sonrisa al tiempo que llegaba hasta mí—. Soy tan bueno contigo que haré de borrón y cuenta nueva. Volvamos a empezar. Abre la boca o te lo inyecto en el cuello.
Apreté los dientes con todas mis fuerzas, cerré los ojos por fin para no tener que ver nada y me preparé para lo peor…
Entonces, una explosión resonó de pronto, fundiéndome los oídos.
—¡Quieto, no te muevas! —en medio del intenso pitido en los oídos, fui capaz de distinguir aquella voz desde la puerta—. ¡Qué nadie se mueva!
Cada vez me sentía más débil, más perdida en la inconsciencia. Seguía atada de pies y manos, apenas me podía mover y aunque pudiera no podría, puesto que mi cuerpo no me respondía. No tenía fuerzas.
Me obligué a abrir los ojos y eso tomó casi toda mi fuerza. Sin embargo, valió completamente la pena, porque entonces lo vi, vi lo que llevaba horas buscando.
Al segundo siguiente, sentí unos brazos cálidos y fornidos rodearme el cuerpo, arroparme como una especie de armadura.
—¡Sofía! —exclamó desesperado y aliviado al mismo tiempo en tanto me apretaba contra él—. ¡Oh, cariño, ya estás a salvo! Ya todo pasó.
Apolo… Mi marido había venido a rescatarme.
—Me salvaste… —fue todo cuanto pude decir antes de abandonarme a la oscuridad. Y no me importó porque de alguna manera intuía que estábamos bien, que lo malo ya había pasado que Apolo nos protegería a mi hija y a mí.
"Narra Apolo Galanis"
—¡Sofía, abre los ojos! ¡Sofía! —la llamé desesperado, pero era inútil. Mi esposa se había desmayado en mis brazos. Me deshice de las ataduras una oír una a toda prisa antes de cargarla en brazos y aferrarme a su cuerpo como si la vida se me fuera en ello—. ¡Necesito un médico!
La camilla llegó enseguida para trasladar a mí mujer hasta la ambulancia y salir corriendo a todo motor para el hospital especializado de Atenas.
—Señor Galanis —el médico apreció entonces en mi campo de visión y no traía muy buena cara.
—¿Cómo está mi esposa?
—Hemos logrado estabilizarla, pero poco más podemos hacer —sus palabras no me gustaron nada y me lanzaron al vacío sin paracaídas—. No le voy a mentir, el estado de la señora Galanis es serio.
—Eso… —me quedé pasmado al verme dudar para hablar—, ¿eso qué significa?
—Significa que la señora presenta signos de riesgo de aborto espontáneo… Puede perder a la bebé en cualquier momento y al estar ya en su quinto mes de gestación…
—La vida se mi mujer corre tanto peligro como la de mi hija —concluí desesperado—. ¿Eso es lo que me quiere decir?
—Sí —confirmó mis peores temores—. Debe estar preparado para lo peor, señor Galanis.
"No, no, no'
Estampé mi puño contra la pared hasta romperme los nudillos. Luego, hice caso a las palabras de mi amigo y busqué alguna forma de mantenerme cuerdo… por ellas.
Entonces, saqué mi teléfono móvil del bolsillo del pantalón y marqué el primer contacto de emergencias que tenía guardado.
—O' Connor, necesito que vengas a Atenas, te enviaré un avión.

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