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Divorciada: Su Revolución Científica romance Capítulo 645

A las ocho de la noche, Micaela le pidió a Sofía que se quedara con su hija jugando en la sala del primer piso, mientras ella subía puntual al estudio para conectarse a la videollamada con el doctor Ángel.

A su lado, el cuaderno de su papá descansaba abierto, como si el pasado quisiera colarse en la conversación.

—Dra. Micaela, gracias por sacar tiempo para platicar —dijo Ángel, acomodándose los lentes mientras hojeaba un informe al otro lado de la pantalla.

—No hay de qué —respondió Micaela, inclinándose hacia la cámara—. Me llamó mucho la atención lo que mencionó sobre esa variante especial del RH negativo. Mi papá investigó casos parecidos antes de fallecer.

En la mirada de Ángel no se asomó sorpresa, más bien una sombra de nostalgia.

—Así es, supe de ese trabajo. Llegué a intercambiar ideas con tu papá, aunque solo por internet. Nunca pude conocerlo en persona, y la verdad, lo lamento mucho.

A Micaela le sorprendió saber de esa conexión. Pero, considerando que el laboratorio de Ángel recibía apoyo de Gaspar, era lógico que Gaspar hubiera puesto en contacto a su papá con el doctor.

—La investigación de mi papá no estaba terminada —añadió ella—. Muchas de sus conclusiones eran apenas hipótesis…

—En ese tiempo la tecnología estaba limitada —lo interrumpió Ángel—, pero en los últimos años la medicina ha avanzado a pasos agigantados. Además, con la inteligencia artificial, ahora obtenemos muchos más datos.

Mientras hablaba, Ángel proyectó una serie de gráficos en la pantalla. Micaela se acercó con atención.

—Este padecimiento tiene otra particularidad —explicó Ángel—: suele transmitirse por herencia familiar.

Los ojos de Micaela se entrecerraron, alerta.

—¿Herencia?

—Sí —respondió Ángel, señalando los gráficos—. Además, si papá o mamá portan el gen, la probabilidad de transmisión cambia según si es hijo o hija. Si la mamá es la portadora, es casi un hecho que la hija o la nieta lo hereden. El riesgo ronda el cincuenta por ciento, que es bastante alto. Lo complicado es que no hay un patrón claro sobre cuándo se manifiesta la enfermedad.

Micaela arrugó la frente. Ese tipo de enfermedad era una bomba de tiempo para cualquier familia.

—Hoy en día —continuó Ángel—, si la siguiente generación quiere tener hijos, ya se puede hacer un estudio genético completo antes de decidir.

Micaela asintió.

—¿Y qué opciones hay para tratarlo?

—En cuanto se detecta, lo mejor es programar transfusiones anuales de células madre compatibles para frenar el deterioro. Si se puede, lo ideal es hacer un trasplante de médula ósea en la etapa temprana —hizo una pausa—. Eso marca la diferencia.

Micaela se animó a preguntar:

—¿Y qué pasa con quienes solo son portadores?

—Deben hacerse chequeos periódicos. Hay un caso que llevo personalmente, donde la paciente ha recibido células madre y vive como cualquier otra persona.

—Vaya, tuvo mucha suerte —comentó Micaela.

—Sí, muchísima. Porque contó con alguien que… —Ángel se detuvo, soltó una breve carcajada y cambió de tema—. Dra. Micaela, le voy a enviar todos los archivos del caso. Espero que cuando los revise podamos continuar este diálogo.

—Perfecto, los espero —respondió Micaela, sin dudar.

Micaela los vio subir al elevador y, cuando desaparecieron, regresó a casa. Sofía, al verla sola, se quedó boquiabierta.

—¿Tan rápido terminaste de llevar a Pilar?

—Su papá vino por ella —contestó Micaela, sirviéndose un vaso de agua tibia.

—¿Quieres desayunar aquí?

—Sí, prepárame algo, por favor. Me voy a la oficina hasta las diez —dijo y subió al estudio del segundo piso.

Ya sentada frente al escritorio, Micaela abrió la carpeta que le había mandado el doctor Ángel. Notó que los archivos tenían fechas. El primero era de hace nueve años; al parecer, la paciente de la que hablaba había enfermado entonces.

El registro no daba nombres, solo el número de caso: 011.

Micaela revisó la edad: una mujer asiática de cincuenta años. Analizó los síntomas iniciales y los datos médicos.

Mientras repasaba la información, Micaela pensó que Ángel debió haber hecho hasta lo imposible por salvarla: el caso era urgente, la enfermedad avanzaba a toda velocidad. Hace nueve años, la paciente se sometió a un trasplante crucial de células madre, donadas por alguien identificado solo como S.

La cirugía resultó un éxito; los signos vitales de la paciente se estabilizaron por completo en solo tres meses.

Micaela no pudo evitar sentirse asombrada. Encontrar un donador compatible para un padecimiento así era casi un milagro.

Las condiciones eran tan estrictas, que se necesitaba un donador con una secuencia genética muy particular; encontrarlo era tan difícil como buscar una aguja en un pajar, incluso a nivel mundial.

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