El intento de Fabiola por ser cariñosa y mimosa resultaba algo torpe.
Pero con esa carita suya, su torpeza tenía un encanto especial.
Agustín se quedó pasmado unos segundos, hasta que soltó una risa ligera.
—¿Qué andabas haciendo a escondidas, eh?
La abrazó de golpe, apretándola contra su pecho, y le pellizcó la mejilla con cariño, mirándola con picardía.
Fabiola sintió el pellizco un poco doloroso y lo miró con ojos llenos de reproche. ¿Por qué decía eso? ¡Si sólo quería consentirlo!
—No hice nada malo... —trató de explicarse.
—¿Te enojaste porque no te dejé ir a pasear con Griselda? —le preguntó Agustín.
Fabiola negó con la cabeza.
—No es eso... Tú regresaste, así que yo tenía que volver también, ¿cómo me iba a ir de paseo?
—¿Ahora sí tan obediente? —Agustín la observó de arriba abajo, como si no reconociera a la mujer delante de él—. ¿Qué, me voy unos días y ya cambiaste tanto?
¿Quién le habría enseñado a portarse así?
—¿Escuchaste algún rumor por ahí? —Agustín sospechó, seguro de que Sofía había metido la cuchara.
Además, ni Sofía había salido a recibirlo, seguro sentía culpa.
—No... —Fabiola no quería delatar a Sofía.
—No te preocupes, no nos vamos a divorciar. Cuando estés embarazada de verdad, ni aunque él quiera podrá obligarnos. Porque en la familia Lucero hay una regla: no se permite tener hijos fuera del matrimonio. Todos los hijos deben nacer dentro del matrimonio, y tampoco se puede pedir el divorcio si la esposa está embarazada.
Agustín le revolvió el cabello, sonriendo.
—Así que hay que esforzarse un poquito más, ¿sí?
Fabiola entendió al instante lo que su patrocinador quería decir. Había que ponerle más ganas... en esa parte.
Definitivamente, Estefanía era la mejor maestra.
Fabiola asintió rápido.


VERIFYCAPTCHA_LABEL
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Florecer en Cenizas