—¿Qué tiene de especial Fabiola? —soltó Daniel con fastidio—. Es una mujer común y corriente, como cualquier otra. No entiendo qué le ves, la verdad.
Sebastián empujó a Daniel, los ojos encendidos de rabia.
—¡No digas estupideces! Ella no es así…
En ese momento, todos los recuerdos de Fabiola se le vinieron encima. Sebastián pensó en cada uno de los detalles que hacían especial a Fabiola.
Ella no era una simple chica sin vida, como decía Daniel. Durante esos cuatro años juntos, habían sido los mejores de su vida. A pesar de los problemas en el Grupo Benítez, cada vez que volvía con Fabiola, sentía que todo el caos se desvanecía. Estar a su lado era como encontrar un oasis en medio del desierto.
Fabiola parecía tener una especie de magia. Bastaba con verla para que Sebastián pudiera olvidarse de todos sus problemas, aunque fuera solo por un rato. Ella aprendió a cocinar solo para él, preparaba sus platillos favoritos, siempre cuidaba de sus sentimientos y, lo mejor de todo, lo hacía sentir que era el centro de su universo.
Pero ahora… Fabiola se había ido. Justo la mujer que Sebastián creía incapaz de vivir sin él… se había marchado.
...
En ese instante, la puerta del privado volvió a abrirse.
—Señor Sebastián —anunció Paulina al entrar, con paso seguro.
Ahora que Agustín y Fabiola estaban de viaje en las Maldivas, Paulina por fin se atrevía a poner un pie en Costa Esmeralda.
Sebastián frunció el ceño, mirando con desconfianza a Paulina.
Ella hizo un gesto y, enseguida, un mesero le sirvió a Sebastián una infusión para pasar el trago amargo.
—Me enteré de que el señor Sebastián anda preocupado por el asunto del hijo ilegítimo —comentó Paulina con una sonrisa enigmática—. Tengo una idea genial que puede hacer que su puesto en Costa Esmeralda quede… intocable. ¿Le interesa o no le interesa colaborar conmigo?
Sebastián soltó una carcajada entre dientes, con una mezcla de burla y hartazgo.
—¿De verdad crees que me voy a tragar ese cuento? Llevo años en este negocio. No me vas a sorprender con promesas vacías.
—¿No me cree? —Paulina se sentó cerca de Sebastián, mirándolo de frente—. ¿Por qué no pedimos privacidad? Lo que voy a decir está relacionado con el papá de Agustín.
La mirada de Sebastián se agudizó. El alcohol comenzaba a disiparse y el nombre de Agustín lo puso en alerta. Miró a Daniel y al resto.
—Quiero que salgan todos ahora mismo.
Daniel se quedó un segundo más, preocupado por lo que Paulina podría estar tramando. Sabía que Agustín tenía un carácter de armas tomar y no era buena idea provocarlo.
De hecho, hacía poco había ayudado a Sebastián a molestar a Fabiola, pero Agustín los descubrió por videollamada y, como castigo, Daniel estuvo dos semanas sin salir de su casa, regañado día y noche por su papá.


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