Apartamento.
Cuando Fabiola regresó, Sebastián ya la esperaba sentado en el sofá.
—Esta vez te pasaste con tu berrinche —soltó Sebastián con voz seria, mirando a su alrededor—. ¿Ahora hasta te llevaste tus cosas? ¿Así me piensas protestar?
Fabiola caminó hasta quedar frente a Sebastián, con la voz áspera y cansada.
—¿Vas a devolverme el cupo para estudiar en el extranjero, verdad? Hace medio año te lo pedí, Sebastián. Te dije que esta oportunidad lo era todo para mí, y tú me dijiste que sí…
Fabiola se agachó frente a él, nerviosa, mirándolo como si de esa respuesta dependiera el resto de su vida.
Le había repetido lo mismo a Sebastián tantas veces, pero cada vez él la ignoraba como si sus palabras fueran aire.
Sebastián se quedó mudo un momento, con la culpa asomando en su mirada, pero su orgullo pudo más y no quiso reconocer su error.
—Solo es un cupo para irse a estudiar afuera —replicó.
La verdad, sí recordaba que Fabiola le había mencionado lo del intercambio medio año atrás. Pero… ayer, cuando Martina le habló de su prima, y de que también quería ese cupo, simplemente se le fue de la mente lo de Fabiola.
—Es muy importante para mí… Sebastián, nunca te he pedido nada, solo por esta vez, ayúdame, ¿sí? —Fabiola lo miraba suplicante.
Que dijeran lo que quisieran de ella. Que no tenía orgullo, que era una rogona. Le daba igual.
Solo necesitaba una oportunidad. Una sola.
—Aunque no puedas ir, yo te voy a mantener. Lo que quieras, te lo puedo compensar —contestó Sebastián, evitando incumplirle a Martina, porque ya le había dado su palabra.
Fabiola, desesperada, se puso de pie de golpe.
—¡No necesito nada de eso! Sebastián, no quiero tus limosnas, ni que me trates como si fuera tu mascota. No quiero ser esa canaria enjaulada que puedes dejar cuando se te antoje, ni vivir escondida para que nadie sepa de mi existencia.
Con la respiración agitada, Fabiola retrocedió, mirándolo con los ojos llenos de desesperación.
—Solo quiero esta oportunidad…
Prefería pelear sola por su vida, aunque saliera lastimada, antes que pasar toda su vida humillándose por migajas.
Pero ella, huérfana de un barrio pobre, ni siquiera tenía derecho a pelear por esa entrada, porque otros se la podían arrebatar fácil.
Cuatro años atrás, después de que Fabiola salió del hospital, estuvo en terapia psicológica medio año. El doctor le había repetido a Sebastián que nunca debía dejar que la lastimaran de nuevo.
Al principio, Sebastián sí se preocupaba y tenía paciencia con ella.
Pero con el tiempo, porque Fabiola era demasiado tranquila, demasiado buena, se le fue olvidando que seguía cargando esas heridas.
Fabiola se aferró a la ropa de Sebastián, llorando con tanta fuerza que apenas podía respirar.
—Voy a pelear por ti —repitió Sebastián, intentando consolarla.
De a poco, su respiración se fue calmando. Fabiola soltó una pequeña sonrisa sin fuerzas.
¿Pelear por ella?
Ese cupo era suyo desde un inicio. Sebastián lo había quitado para dárselo a la prima de la mujer que amaba. Ella solo quería que le devolvieran lo que le pertenecía.
—Sebastián… este cupo lo es todo para mí —insistió Fabiola.
No podía dejar que se lo arrebataran. Esta vez, no.

Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Florecer en Cenizas