Cuando Agustín era niño, no sentía odio hacia su mamá. Más bien, le daba lástima. Nunca le dijo “mamá”, pero tampoco pensó en hacerle daño.
Ella lo maltrataba una y otra vez, y Agustín solo pensaba en aguantar, convencido de que todo mejoraría cuando creciera.
Pero la mujer se fue volviendo cada vez más cruel.
Cuando Sergio no regresaba a casa, ella grababa videos de los abusos y se los enviaba.
Mientras Sergio andaba de fiesta con otras mujeres, ella obligaba a Agustín a arrodillarse como castigo.
Hubo muchas ocasiones en que, de no ser porque el abuelo llegó a tiempo, Agustín no habría sobrevivido.
El abuelo quiso llevárselo, pero la mujer se negó.
—Si todos en esta familia estamos locos, entonces Agustín también tiene que volverse loco. Que aguante.
Después, Sergio se atrevió a llevar a una de sus amantes a la casa, y eso terminó por desquiciar a la mujer…
Fuera de sí, la mujer tomó un cuchillo de cocina y apuñaló a la amante de Sergio. Luego se giró y quiso hacer lo mismo con Agustín.
El pequeño Agustín, llorando, le suplicó que no lo hiciera, pero en los ojos de esa mujer solo había ganas de matar.
Después de herirlo, tal vez su instinto maternal despertó. Empezó a llorar con desesperación, y en un último arranque de lucidez, puso el cuchillo en la mano de Agustín.
—Agustín, ayúdame… Por favor, sálvame…
—Agustín… sálvame…
Durante muchos años, la imagen de esa mujer, cubierta de sangre y suplicando entre llantos que Agustín la salvara, lo persiguió en sus pesadillas.
Ella ya estaba completamente perdida. Había cruzado un límite del que no podía regresar, y solo la muerte podía darle paz.
Tomó la mano de su hijo, apuntando el cuchillo a su propio pecho, y le rogó que la ayudara a terminar con todo.
En ese momento, Agustín seguía siendo solo un niño… Ahí, entre el charco de sangre, su expresión se fue endureciendo, sus ojos se oscurecieron.



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