—Si no peleas, luego te vas a meter en un montón de problemas —dijo Agustín, limpiándose las manos con una toalla húmeda. Le pasó el tenedor a Gastón y habló con voz grave—. ¿Eres alguien en quien se pueda confiar?
Gastón se puso de pie tan rápido que hasta el cuerpo se le fue encima de la mesa por la emoción, pegándose torpemente y viéndose algo patoso.
—¡Hermano! ¿Tú... tú quieres confiar en mí? —La voz de Gastón temblaba, a punto de romper en llanto de la pura emoción.
En ese instante, sentía que, aunque Agustín le pidiera la vida, él no dudaría en entregarla.
Le dolía de verdad ver a su hermano pasar por todo esto.
El lazo de sangre, por más que uno lo niegue, acababa pesando en momentos como ese.
Agustín no respondió de inmediato, solo lo observó en silencio.
Un chico de diecinueve años… Si de verdad todo esto fuera solo teatro, sería demasiado aterrador.
Pero a Agustín eso no le importaba. Si Gastón era tan bueno fingiendo, entonces bien merecía salirse con la suya.
—Siéntate —ordenó Agustín, sin darle muchas vueltas.
Gastón obedeció al instante, con el corazón en la mano, mirando a su hermano—. Hermano… lo que necesites, dime, yo lo hago.
—Si el viejo quiere que te hagas cargo de la empresa, hazlo —advirtió Agustín—. Pero a Karla Barrera no la puedes tomar como esposa. Esa mujer es una farsante, si de veras la llevas a casa, solo te va a traer dolores de cabeza.
—Además —continuó—, yo te voy a ayudar a ganar tu lugar dentro del Grupo Lucero. Eso sí, al principio tienes que esforzarte el doble, volverte alguien capaz. Si no tienes lo que se necesita, tampoco te voy a soltar el Grupo Lucero así nada más.
Gastón se puso nervioso.
—Hermano, no quiero eso. Esa empresa es tuya —protestó rápido.
—¿De verdad no la quieres? —preguntó Agustín, dejando escapar una pequeña sonrisa.
—No la quiero —negó Gastón con fuerza, como si temiera que lo malinterpretara.
—Entonces piensa que trabajas para mí —Agustín giró el vaso con la bebida casera en la mesa.


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