Fabiola ni siquiera volteó a ver a Sebastián.
¿Retirar la denuncia?
¿Estaba bromeando?
¿Solo porque él lo decía, ahora tenía que echarse para atrás? ¿Y todo lo que había sufrido… a quién se lo iba a contar?
—¡Fabiola! —Sebastián se acercó apresurado, bajando la voz—. Martina está delicada de salud. No importa el problema que tengas con Benjamín, no metas a Martina en esto.
Un ardor le punzaba los ojos a Fabiola, que apretó con fuerza los dedos.
—Señor Sebastián, parece que no entendió bien la situación y ya está señalando. Quien ordenó que secuestraran ilegalmente a la señorita Fabiola fue Martina —dijo Carlos con voz grave.
La expresión de Sebastián se ensombreció y miró a Carlos.
—Señor Carlos, sí me acuerdo de usted.
Hace cuatro años, Carlos fue quien estuvo encima del caso de acoso escolar, empujando a Fabiola a denunciar y a llegar hasta las últimas consecuencias.
Si no fuera porque las familias Rodríguez y Benítez tenían trato entre sí, ya habría echado a Carlos de Costa Esmeralda.
—Todos aquí somos conocidos. Que ellos mismos arreglen sus asuntos. Ya se entregaron las pruebas que había que presentar, ¿no? Vámonos —ordenó el jefe de la policía, mirando a Carlos de manera firme.
La cara de Carlos reflejaba su disgusto. Le lanzó una mirada significativa a Fabiola.
—Señor Carlos, gracias, estoy bien —Fabiola le asintió.
Ella podía sola, no quería que Carlos se viera envuelto por su culpa.
Carlos asintió y se marchó tras el jefe.
...
—Fabiola, de verdad que Martina no tiene nada que ver con esto. No involucres a Martina por lo que te pasó con Benjamín. Si Benjamín se pasó de la raya, tienes derecho a denunciarlo, pero Martina… —Sebastián hablaba con urgencia.
Toda su atención estaba en Martina.
Él creía que Fabiola quería hundir a Martina para quedarse con todo.
—La policía no me hace caso —Fabiola dibujó una sonrisa amarga. Sebastián… qué ridículo.
No veía sus heridas, solo tenía ojos para Martina.
Isabella soltó una risita desdeñosa.
—Vas a tener que aguantarte.
Ella también se fue tras Sebastián, lanzándole una mirada de reproche.
—Sebastián, no puedes desentenderte de Martina y Benjamín.
El rostro de Sebastián se torció de rabia.
—Por Martina, claro que me preocupo. Pero Benjamín… ustedes lo malcriaron y ahora hace estas cosas. Que pague por lo que hizo.
El semblante de Isabella cambió, pero aun así insistió:
—Sebastián, al final eres cuñado de Benjamín, no puedes dejarlo solo.
—Si por mí fuera, él ya estaría en la cárcel desde hace cuatro años —espetó Sebastián, alejándose sin mirar atrás.
Isabella se quedó mordiendo el labio, llena de coraje. Esa mocosa les estaba trayendo una desgracia enorme a la familia Gallegos. Tenía que darle una lección.

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