Cuando era niño, lo castigaron obligándolo a arrodillarse en la lluvia durante toda la noche. Terminó con fiebre tan alta que se desmayó, y su mamá solo lo miraba desde lejos, sin acercarse siquiera. Encima, lo regañaba por no ser lo suficientemente fuerte, por no poder ganarse el cariño de Julián como sí lo hacía el hijo de esa mujer intrigante.
Qué ironía…
En una familia así, nadie le enseñó a Sebastián qué era el amor.
Por eso, cuando conoció a Fabiola… su primer instinto fue querer esconderla, guardarla solo para él, asegurarse de que nadie la encontrara.
Porque cualquier cosa que él apreciara, cualquier cosa que Julián no aprobara, terminaría destruida.
Lo único que podía hacer era mantener a Fabiola en secreto. Sabía bien que Julián jamás le permitiría casarse con una mujer sin familia ni conexiones.
No podía ofrecerle matrimonio a Fabiola, pero en su arrogancia pensó que al menos podía protegerla, ocultándola del mundo.
—Qué tonto—. Pero Fabiola jamás quiso un amor que se sintiera como una jaula.
Con esa visión torcida que le inculcaron, Sebastián solo consiguió alejar a Fabiola más y más.
Vaya tragedia.
Agustín tenía razón, la verdad es que daba lástima.
…
—Sebastián… y pensar que te vería así algún día—. Apenas Julián se fue, Lucas se acercó con una sonrisa burlona, aprovechando para provocarlo—. Quédate ahí arrodillado. Todo lo que me hiciste hoy, te lo voy a regresar con creces, ya lo verás.
Lucas pasó junto a Sebastián sin disimular su satisfacción, y luego, como si recordara algo, continuó hablando:
—Ah, y tú que tanto temías a Agustín, pensando que le queda alguna oportunidad… Pues te aviso, papá ya se alió con los demás del gremio de Costa Esmeralda, y están arrinconando a Agustín por todos lados. No importa si quiere emprender o invertir, nadie va a atreverse a acercarse a él. Está condenado a quedarse abajo, en lo más bajo…
Lucas curvó los labios, lanzando una mirada desdeñosa a Sebastián.
—Siempre te creíste superior, ¿no? Por ser el hijo “legítimo”, y yo el bastardo. Pero hasta yo tengo mejor ojo que tú, porque sé que Agustín no va a salir del lodo nunca.
Sebastián se rio con desdén.
—Qué iluso eres…


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