Después de dejar a Fabiola en la escuela, Agustín se fue directo al Grupo Benítez.
La farsa con Sebastián todavía tenía que seguir.
...
En la entrada de la escuela, apenas Fabiola puso un pie en el patio, Violeta la interceptó junto con otras compañeras.
—Fabiola, tengo que decirte algo —soltó Violeta, con un aire de superioridad que no dejaba espacio para discusión, como si estuviera dando una orden y no abriendo diálogo.
Uno se preguntaría de dónde sacaba tanta autoridad una chava que solo estaba ahí por el apoyo económico de César.
Antes, Fabiola había sido paciente con ella, buscando sacarle alguna pista sobre quién estaba detrás. Pero ahora que Agustín le había dicho que Violeta ni siquiera estaba al nivel de conocer al verdadero jefe, ¿para qué seguirle el juego?
Fabiola se limitó a mirarla con calma, sin decir palabra.
—Gastón no puede seguir en un hotel. Aunque la casa grande donde vives con Agustín no sea para él, por lo menos deberían darle la otra casita, ¿no? Al final, Agustín es su hermano, tienen la misma sangre. Sería buena onda de su parte. Además, la gente lo vería como algo digno de admirar —insistió Violeta, clavando la mirada con la esperanza de hacerla ceder.
En el fondo, lo que Violeta quería era sacar a Gastón del Hotel Las Dunas Doradas. Ese lugar, propiedad del Grupo Lucero, era exclusivo y tenía seguridad por todas partes, cámaras y controles que hacían imposible cualquier movimiento sospechoso. Si quería manipular algo, ahí no se podía.
Además, Gastón era tan cuadrado que ni siquiera podía invitar a una chica a su cuarto en el hotel. Violeta estaba ansiosa por conseguirle una casa para que la chica de anoche pudiera ir a “cuidarlo”.
—Lo que tiene mi esposo no es asunto tuyo. Si se lo damos, es por cortesía; si no, es nuestro derecho. ¿Y si no queremos? ¿Qué vas a hacer tú? —replicó Fabiola, desafiante, sin apartar la mirada de Violeta.
Violeta se quedó pasmada. No esperaba que Fabiola se pusiera tan firme. Levantó la mano, con toda la intención de golpearla.
—Fabiola, te lo digo bien: mejor acepta. ¿Quién te crees? Eres huérfana, ¿con qué cara me enfrentas? —espetó, intentando intimidarla.


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