Fabiola estaba sentada en la cama, mirando el resultado de la prueba de parentesco, completamente absorta. Griselda, visiblemente nerviosa, echó un vistazo a ambos lados antes de salir corriendo para regresar con un encendedor en la mano.
—Esto que tienes aquí, nadie más puede saberlo, solo tú y yo. Si alguien más se entera que eres la heredera de la familia Barrera, podrías estar firmando tu sentencia —susurró Griselda, arrodillándose frente a Fabiola mientras le tendía el encendedor.
Fabiola asintió, y sus ojos, antes perdidos, empezaron a reflejar una determinación nueva.
No importaba quién fuera en realidad. Ya no podía seguir viviendo como si nada pasara, dejando que el destino la arrastrara.
Quería quedarse al lado de Agustín, siempre. Si de verdad quería ayudarlo, debía ponerse a su altura, pelear a su lado de igual a igual.
—Griselda, por ahora, guardemos esto en secreto. Pero pienso que… Roberto, la señorita Frida e incluso Fabián… probablemente ya saben quién soy —dijo Fabiola, con un dejo de resignación.
Griselda, con el corazón acelerado, la miró fijamente.
—Te lo juro, Fabiola, no se lo diré a nadie. Pero dime, ¿qué vas a hacer ahora? Mi papá dice que Roberto está muy mal de salud…
Fabiola asintió. Sabía que el viejo estaba enfermo, por eso mismo había apurado el momento de anunciar su identidad durante la bienvenida de la falsa Karla, dejando en claro que solo existía una heredera legítima en la familia Barrera: la verdadera Karla.
Sintió los ojos arder. Por primera vez, entendió de verdad que no era una huérfana a la deriva, sin amor ni raíces.
Quizá, desde el instante en que Roberto descubrió quién era ella, había comenzado a allanar el camino para protegerla.
Pero, ¿por qué debía quedarse esperando a que la protegieran y disfrutar de todo sin haberlo luchado? Sus padres fueron asesinados de manera cruel, y ella pasó años sufriendo en el orfanato… ¿Cómo era posible que los responsables pudieran seguir moviendo los hilos sin castigo?
Con los dedos apretando la sábana con fuerza, Fabiola miró a Griselda.
—Griselda, no tengo muchas personas en quienes confiar… y tú eres la única que siempre ha estado conmigo, eres mi mayor apoyo. Sabes bien por lo que estoy pasando, y no me queda otra que jugarme todo… Tengo que ganar.
Fabiola la miró con una seriedad que helaba.

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